Para llegar a St. Helena solo tenemos una opción y es surcar las aguas del océano Atlántico. Tan solo podremos arribar a esta isla remota viajando en algún carguero de los que visitan estas latitudes cada dos o tres meses o bien esperando que los vientos empujen hasta aqui a algún velero.
Se trata de una de las islas más remotas del mundo habitada y aunque es famosa por haber sido el hogar donde paso Napoleón sus últimos años de vida desterrado, esta isla guarda muchos más atractivos.
En el año 1502 por el gallego Joao da Nova, que viajaba bajo la corona portuguesa, se encontró este promontorio volcánico en su viaje de regreso a Portugal desde India. La bautizó con este nombre inspirado en Helena de Constantinopla y aunque la isla estaba totalmente deshabitada a su llegada pudo observar que la recorrían espesos bosques y había fuentes de agua fría.
Los portugueses decidieron mantener en secreto su localización, sobre todo por su posición geográfica estratégica. St. Helena se encuentra situada a 2.800 km de distancia de la costa occidental de Angola.
Se trata de un lugar aislado, que parece vivir anclado en una extraña calma, como si todo se mantuviera en un equilibrio misterioso dentro de los límites del islote. Al cruzarnos con la gente de JamesTown, asentamiento de población principal, nos recibirán con un saludo casi cantado y con una sonrisa expansiva dibujada en sus rostros.
En la actualidad administrativamente es un Territorio de Ultramar del Reino Unido, junto a las dependencias de las islas de Ascensión, Tristán da Cunha y Diego Alvares.
Los contrastes del paisaje son asombrosos, pasando de las praderas y montes de un verdor semejante al de la costa asturiana, a compartir escenario con la aridez de sus riscos de naturaleza volcánica.
Quizás debido al aislamiento en el cual viven sus habitantes hace de ellos gentes en extremo acogedoras, que siempre tienen dispuesta una sonrisa para regalarnos sin otra excusa que el haberse cruzado con nosotros. La vida transcurre apaciblemente y muchos son los lugareños que cada tarde se acercan a la bahía para disfrutar del atardecer.
St. Helena se mantuvo deshabitada hasta la llegada de colonos holandeses en 1645. En el año 1651, Santa Helena fue transferida a la Compañía Británica de las Indias Orientales. Los ingleses siguiendo su costumbre de apoderarse de toda la tierra que encontraban a su paso, rápidamente establecieron un destacamento en la isla y construyeron un fuerte al que llamaron Jamestown (actual núcleo más habitado de la isla).
Aún hoy en día dicho fuerte será la puerta de entrada desde la pequeña y desprotegída bahía.
En aquellos años pasados alrededor de la mitad de los habitantes de la isla eran esclavos africanos. En 1810 la Compañía Británica comenzó a llevar de chinos desde Cantón. El aspecto de los actuales habitantes es de una mezcolanda peculiar. Si bien de rasgos podrían parecer incluso polinésios, están clara sus marcadas raices africanas y orientales.
Desde 1870 St. Helena fue perdiendo importancia por la apertura del Canal de Suez, lo que facilitó las comunicaciones marítimas entre Europa y Asia evitando la navegación rodeando África.
Debido a su lejanía e inaccesibilidad, ha servido como prisión para grandes personalidades de la historia. Napoleón Bonaparte pasó sus últimos seis años de vida en la isla, muriendo y siendo enterrado el 5 de mayo de 1821. Aún hoy se puede contemplar una lápida austera de piedra donde descansaran por primera vez sus restos. Posteriormente su cuerpo fue llevado a los Inválidos en París, donde se encuentra en la actualidad.
Encontraremos alojamiento en algunas casas de huespedes estílo inglés. No es barato, al no existir mucha oferta, pero a cambio viviremos con las familias en un ambiente entrañable y cálido.
El suministro mayoritario de alimentos y otros enseres llegan a estas latitudes en cargueros. Cuando estuve hace tres años una autoridad de inmigración me comentó que estaban pensando construir un aeropuerto. Seguramente muchos de sus habitantes lo agradecerían, pero muchos otros estoy convencido de que no.
Imágenes | Víctor Alonso En Diario del Viajero | Lugares remotos: Ascensión, la isla de las tortugas verdes