Asia Central es un lugar remoto y difícil de visitar. No sólo por sus infinitos desiertos, interminables estepas e inaccesibles montañas, sino sobre todo porque con sistemas políticos heredados de la Unión Soviética, el extranjero sistemáticamente recibe trato de espía, sospechoso o traficante de heroína. Las nociones de inglés de funcionarios y habitantes son mínimas. Los visados no son sencillos y tampoco baratos. La estadía requiere temple de estoico y estómago de Carpanta; los hoteles suelen ser decrépitos muladares y la gastronomía, por llamarla de algún modo, monótona y pobre cuando no corrosiva. Sin embargo, atravesarla en moto para rodear el fósil mar de Aral quizá sea una de las pocas aventuras verdaderas que aún quede.
No será la primera vez que visite Samarcanda. Ya lo hice en 2009 y quedé prendado del lugar por su pureza y también por su salvajismo. En esos parajes tan inhóspitos, el viaje se torna aventura y eso es al final lo que me gusta. Pero quedé escarmentado de ir por allí sin visados porque los procedimientos burocráticos al otro lado del antiguo Telón son incomprensibles y complejos; cualquier gestión lleva horas de cola y luego días de espera. Aguardar por un visado siete días en una ciudad como Almaty es un auténtico suplicio, de modo que esta vez voy a hacer las cosas un poco mejor planificadas.
Lo primero es diseñar una ruta. No me refiero a dibujar en el mapa el itinerario porque eso nunca lo sé hasta que me pongo a rodar. Esa parte me gusta que sea improvisada. Tal vez vaya por el norte o quizá por el sur; el camino concreto depende de las circunstancias, del tiempo, del estado de la vía, de mi humor o de si conozco alguien interesante o descubro que en algún punto del plano hay algo que valga la pena un desvío. La ruta que estoy diseñando se limita a las fronteras. ¿Cuántas voy a cruzar y cuándo?
Por mi experiencia sé que llegar a Samarcanda puede hacerse por varias vías. Podría cruzar Ucrania y parte de Rusia para alcanzar Kazajstán a través de la ciudad rusa de Astracán, en la desembocadura del Volga, y llegar a Atyrau. De ahí a Aralsk, luego entrar en Uzbekistán por Shimkent, visitar la capital, Tashkent, y a un día de viaje más, Samarcanda. Esa fue la ruta de ida que hice en el 2009. El problema es doble, por un lado la dureza terrible del desierto que rodea el mar de Aral, donde la carretera ha desaparecido, pero sobre todo los visados ruso, kazajo y uzbeco. El ruso es particularmente odioso ya que exigen pagar todas las noches de hotel por adelantado. Pero eso es imposible de saber cuando se viaja en moto. Siendo muy hábil se puede uno salvar contratando la primera noche. En mi caso, yo pagué una pernocta en un hotel de Moscú cuando sabía que nunca dormiría en ella porque mi punto de entrada en el país estaba a 5000 kms de esa cama.
Otra opción de viaje es por el sur, recorriendo Turquía, Irán y Turkmenistán para entrar en Uzbekistán por el suroeste y de ahí toda la Ruta de la Seda: Khiva, Bujará, Samarcanda y Tashkent. Espiritualmente sería la elegida porque es la que siguió en el XV Rui González de Clavijo, embajador de Enrique III al que tratamos de seguir la pista. Físicamente es la más sencilla porque todo el camino está aceptablemente asfaltado. Sin embargo, los visados son complejos. El Iraní no tanto, pero la moto necesita obligatoriamente el Carne du Passage expedido por el RACE. Y eso supone un alto desembolso. Sin embargo, es el visado turkmeno el verdadero escollo. El de tránsito es difícil de obtener y a veces imposible; en cuanto al turístico exige ir acompañado por un guía al que hay que pagarle tarifa, alojamiento y comida. Cuatro días pueden subir a mil dólares. Yo crucé Libia con un guía de esos y fue un incómodo y caro aburrimiento.
La tercera opción supone cruzar Turquía, Georgia y Azerbaiján. Desde su capital, Bakú,zarpa un ferry que surca el mar Caspio y nos deja en la ciudad kazaja de Aktau. De allí sale una pista de grava que atraviesa el desierto del mar de Aral por el sur y nos lleva a Beyneu y luego a la población uzbeca de Nukus. Desde allí ya se puede enlazar con la Ruta de la Seda por una carretera asfaltada y en tres jornadas entrar en Sarmacanda. Esta es sin duda la ruta físicamente más complicada. La realicé en el 2009 para salir de Asia Central. El barco de Bakú es un paquebote herrumbroso e infecto y lo peor es que su frecuencia es absolutamente aleatoria. Zarpa cuando se llena y eso puede suponer una semana de espera. La pista que recorre el tramo entre Aktau y Nukus es absolutamente agreste y no hay apenas gasolineras ni alojamientos. Sin embargo, es la que he elegido porque los visados y requisitos de entrada en moto son más flexibles. Georgia no requiere visado. Y los de Azerbaiján, Kazajstán y Uzbekistán se pueden conseguir en Madrid. Con esos tres salvoconductos en mi poder, el camino de despeja de dificultades burocráticas aunque he de ir con tino porque la ventana temporal está rigurosamente acotada por el periodo de vigencia del visado de Kazajistán, pero de eso, como se suele decir en los cuentos, hablaremos la próxima semana.
Fotos:Miquel Silvestre
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