Una historia de fronteras, de guerra y de odios. En excursión organizada, única manera de llegar hasta allí, he ido a visitar la Zona Desmilitarizada entre las dos Coreas, aún en estado de guerra pese al alto el fuego establecido hace ya 60 años. Y con varios ataques y muertos mediante, desde entonces. Si te gustaría llevarte algún recuerdo de Corea del Norte, pero no estás dispuesto a someterte a las exigencias para entrar en dicho país, ésta es la opción más sencilla.
Los autobuses te dejan dentro de una base militar estadounidense, donde unos soldados muy peliculeros, a la par que simpáticos, darán una introducción histórica sobre aquel tinglado fronterizo. Lo más importante: dan nociones de seguridad sobre cómo proceder para no enfurruñar a los norcoreanos. A continuación te transportan en otros autobuses al recinto levantado a medias con Corea del Norte, donde se celebran las reuniones bilaterales desde el alto el fuego. ¡Es emocionante!
Es una estrecha franja de terreno entre dos edificios arquitectónicamente elaborados y enfrentados entre sí, cada uno perteneciente a cada bando. Entre ambos, justo en la línea fronteriza que de divisoria imaginaria no tiene nada pues está perfectamente señalizada por balizas y rebordes de cemento, se erigen varios barracones pequeños pintados de azul. En ellos es donde se realizan las reuniones en sí y donde más tensión se respira a lo largo de toda la Zona Desmilitarizada.
Al estar estos edificios azules emplazados justo por donde pasa la frontera, mitad en el norte y mitad en el sur, podemos decir que hemos pasado unos 5 minutos sobre terreno norcoreano. Sin estampa en el pasaporte, pero al fin y al cabo suelo norcoreano. A parte de los turistas y nuestro soldado americano en funciones de guía, dentro había dos soldados surcoreanos en posición de taekwondo, preparados para retener a cualquier turista que intentase la más mínima tontería que pueda ofender al otro bando y comenzar una polémica. Acaso una guerra. Los soldados surcoreanos en el exterior se muestran igualmente amenazantes, puños cerrados, cuerpo en tensión y gafas de sol que impiden ver sus ojos. Como mobiliario solamente hay sillas y mesas, siendo en la central y mayor donde se hallan tres micrófonos que graban las 24 horas del día lo que allí dentro se dice.
Importantes acciones a evitar. No se puede señalar ni hacer gestos hacia los edificios o soldados norcoreanos. Aunque el día de mi visita solamente había uno, que nos atisbaba con sus binoculares al pie de su edificio patrio, a unos 150 metros de nosotros. Sin embargo, el soldado estadounidense nos adviertió de la necesidad de comportarse con marcialidad, pues en ese mismo instante estábamos siendo fotografiados por el otro bando. ¿Para qué? Pues por si alguien realiza cualquier gesto impropio poder utilizarlo como propaganda política. Igualmente existen reglas estrictas de vestimenta, por ser ésta utilizada también como herramienta norcoreana al modo de: "estos pobrecillos calzan chanclas, y visten vaqueros rajados porque no tienen dinero para comprarse unos nuevos". Aunque lo mismo dice mi abuelo.
Visitamos también un túnel excavado por los vecinos del norte en dirección a suelo surcoreano, con el fin de facilitar una invasión sorpresa por detrás de la línea fronteriza. Éste transcurre a 73 metros bajo tierra, y fue descubierto gracias a un desertor norcoreano. Mide más de un kilómetro de largo, y de altura aproximadamente 1,70 metros por otros dos de anchura. No se si me daban más pavor la masa de turistas chinos que allí se apelmazaban gritando, o la propia claustrofobia del túnel, que no cejaba de supurar agua entre sus paredes de roca puntiaguda. Han sido descubiertos varios túneles a lo largo de la frontera, y no se descarta que haya más sin descubrir.
Anteriormente, nos llevaron hasta una elevación montañosa situada al pie de la frontera, desde donde pudimos observar el pueblo fantasma apodado "Propaganda Village". Creado dentro de la zona desmilitarizada por Corea del Norte con idea de aparentar lo bien que les va en su país, está de hecho deshabitado. La idea surgió para contrarrestar el efecto propagandístico de Daeseong-dong, pueblo surcoreano que sí está habitado (de hecho, sus habitantes son ricos gracias a las subvenciones aportadas por el gobierno para que no se muden).
En el pueblo norcoreano las casas de tres plantas no tienen ni siquiera suelo entre las mismas, como queda demostrado al ver de noche parpadear las luces de las bombillas al mismo tiempo en todas las plantas. Además, un megáfono suele atronar con proclamas comunistas al vecino pueblo del sur, animándoles a desertar. En otra demostración de megalomanía, en el pueblo colocaron un mástil de 160 metros de altura, superando así los 100 metros del mástil surcoreano. De allí cuelga una de las banderas más grandes del mundo, tan grande que cuando llueve han de descolgar la bandera para evitar que con el aumento de peso al mojarse llegue a partir el mástil.
Agencias de viajes basadas en Seúl te llevarán en el mismo día desde la capital surcoreana hasta la Zona Desmilitarizada, existiendo también la posibilidad de pasarse por los túneles de forma opcional. En mi caso el tour incluía la DMZ, los túneles, el mirador y la última estación de tren antes de Corea del Norte, donde aún se pueden adquirir billetes hacia Pyongyang. Yo lo realicé con la agencia Koridoor por un precio total de 65 euros. Muy recomendable.
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Fotos | Juan Alberto En Diario del Viajero | Cómo viajar a Corea del Norte y qué se puede ver