Hace unos días tuve la oportunidad de viajar a Oporto. Además de probar la hipercalórica y pantagruélica Francesinha y dar un paseo por la ribera del río Duero, una de las cosas que más destaco del viaje es que me vi obligado a competir por un asiento del avión, casi como si fuera ese juego infantil en el que cinco personas se disputan cuatro asientos: cuando se para la música, todos dejan de bailar y pierde el que no consigue sentarse.
La razón de ello es que viaje a Oporto a través de una compañía low cost, de ésas que, a no ser que abones un plus, no te asignan un asiento sino que debes coger el primero que veas, como quien sube al bus. La diferencia es que hay gente que se toma muy en serio esta competición, hasta el punto de que se ponen a hacer cola horas antes de que abran la puerta del embarque. Y luego, si no tienes suerte, puede también que algunos luchen por un asiento empleando trucos y argucias que dejan al darwinismo como un juego de niños.
A este respecto, hace unos años, Southwest Airlines se planteó abandonar su política tradicional de asignación de asientos, mantenida a lo largo de treinta y cuatro años y que constituía uno de sus rasgos diferenciales: algunos usuarios se quejaron de que debían luchar encarnizadamente por sus asientos, especialmente quienes viajaban por negocios.
Una de las razones que consideraba importante la compañía a fin de cambiar el modelo de asignación de asientos era si sería más ágil o menos. Si se asignaba el asiento antes del embarque, ¿qué sería más efectivo? ¿Empezar por la parte posterior del avión e ir llenándolo a partir de ahí? ¿Primero embarcar a los pasajeros con asientos de ventanilla? ¿Alternar varias zonas? Cada categoría ofrecían tantas ventajas como inconvenientes.
La logística en el embarque era tan complicada que ningún cerebro humano podía resolverla, de modo que encomendaron la misión a un cerebro electrónico comandado por un analista de Southwest llamado Doug Lawson. El ordenador de Lawson simuló a un grupo de pasajeros embarcando en un avión de distintas formas, para descubrir qué forma era la más rápida. Era algo que otras aerolíneas ya habían llevado a cabo con sus propios ordenadores, pero Lawson introdujo un elemento nuevo: se inspiró en el comportamiento de las hormigas, tal y como explica Peter Miller en su libro La manada inteligente:
Igual que las de verdad, las hormigas digitales de Lawson seguían unas cuantas reglas simples que guiaban su comportamiento (…) En caso de estar simulando la libre ocupación de asientos, cada hormiga tenía su propia idea de lo que era un buen asiento basada en datos de pasajeros reales y lidiaba con la situación pensando “Bueno, veo que ese asiento está libre, voy a intentar ocuparlo”. Si el camino estaba despejado, la hormiga recorría el pasillo hasta la fila en cuestión y ocupaba el asiento. Si encontraba el camino bloqueado por otras hormigas, o bien optaba por esperar unos segundos, o bien les pedía que le permitieran el paso.
Simular las condiciones físicas del embarque en un ordenador fue relativamente sencillo para Lawson porque Southwest Airlines sólo opera con el modelo Boeing 737. La conclusión del ordenador fue que el sistema de asiento libre era rápido, pero que la asignación de asientos en determinadas circunstancias podía ser incluso más. No obstante, la diferencia entre ambas modalidades sólo era de uno o dos minutos.
Para simplemente ahorrar 120 segundos como máximo en el embarque, Southwest desestimó la idea de cambiar de modelo de embarque, pues su modelo de embarque definía en gran parte a la compañía, tal y como señaló el propio Lawson:
Tenemos muchos clientes fieles a los que simplemente les gusta entrar en el avión y sentarse con quien más les apetece. Lo ven como algo que define a nuestra marca y no querrían que la marca cambiara en absoluto.
Lo que sí hizo Southwest a finales de 2007 fue evitar que la gente tuviera que llegar a la puerta de embarque horas antes de que despegara el avión: empezó a asignar un asiento a los pasajeros en el momento de facturar para que no tuvieran que preocuparse de ello más tarde. Todo un alivio que espero encontrar en mi próximo viaje, sobre todo si me topo de nuevo con pasajeros que son filosóficamente próximos a Hobbes.
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