
Cuando se habla de Roma, es fácil pensar en el Coliseo, el Vaticano o la Fontana di Trevi. Sin embargo, la Ciudad Eterna esconde tesoros menos conocidos que, lejos de las multitudes, ofrecen una experiencia íntima y maravillosa.
Uno de estos secretos mejor guardados es la Villa Farnesina, una joya del Renacimiento italiano que parece sacada de un cuento y que, sorprendentemente, aún no ha sido víctima de la masificación turística.
Ubicada en el encantador barrio del Trastevere, a orillas del río Tíber, la Villa Farnesina fue construida a principios del siglo XVI como residencia del banquero Agostino Chigi, uno de los hombres más acaudalados de su tiempo. Su impresionante interior, fruto del talento de Rafael y un equipo de arquitectos que materializaron su visión, la convirtió en una de las villas más espectaculares de la ciudad, escenario de fastuosas fiestas y visitas de las personalidades más influyentes de la época.
Los tesoros ocultos de la Villa Farnesina
La construcción de la Villa Farnesina comenzó en 1505 bajo la dirección del arquitecto Baldassare Peruzzi y se completó en 1511. Más allá de su elegante arquitectura, alberga un conjunto excepcional de frescos, muchos de ellos creados por Rafael y sus discípulos.
Uno de los mayores atractivos de la villa es la Sala de Galatea, donde Rafael pintó su célebre Triunfo de Galatea. En esta obra, la ninfa aparece sobre una concha marina, rodeada de un torbellino de tritones y nereidas, en una escena que destila movimiento y sensualidad. Se dice que el rostro de Galatea está inspirado en la amante del propio Rafael, lo que añade un toque romántico al fresco.
Otra sala imperdible es la Logia de Amor y Psique, donde Rafael y su taller decoraron la bóveda con una serie de frescos que narran la historia mitológica de Psique y Cupido. Estas pinturas, enmarcadas por una arquitectura ilusionista, están llenas de color y dinamismo, reflejando la maestría del artista en la representación de la belleza y la emoción humana.
Pero la Villa Farnesina guarda aún más sorpresas: en la Sala de las Perspectivas, Baldassare Peruzzi creó un impresionante trampantojo que transforma las paredes en paisajes y arquitecturas ilusorias, un efecto que sigue maravillando a los visitantes incluso cinco siglos después de su realización.
Aunque la villa debe su nombre a su segundo propietario, el cardenal Alejandro Farnesio, quien la adquirió en 1577, ha pasado por diversas manos a lo largo de la historia. Entre sus dueños se encuentra Francisco II, rey de las Dos Sicilias, quien la cedió al diplomático y poeta romántico español Salvador Bermúdez de Castro y Díez para que estableciera allí su residencia.
Algunas curiosidades que pocos conocen
Uno de los tantos tesoros que alberga la Villa Farnesina es una joya artística poco conocida pero fascinante: La Gioconda Desnuda, un misterioso óleo basado en un cartón atribuido a Leonardo da Vinci (el cual se encuentra en El Museo Condé de Chantilly), y cuya autoría al parecer pertenece a alguno de los discípulos del famoso pintor. Antiguamente parte de la colección del cardenal Fesch, tío de Napoleón, la obra pasó al Palazzo Primoli y hoy se exhibe en la Sala Chigi.
La elección de esta sala no parece casual, ya que Chigi fue un influyente protector de las artes y, además, célebre por su ostentación. Una de las anécdotas más comentadas en la visita a la villa relata que, durante su fastuosa boda celebrada en este mismo lugar, ordenó que los platos de oro y plata fueran arrojados al Tíber tras cada banquete, solo para demostrar su inmensa riqueza. Sin embargo, sus sirvientes habían dispuesto redes en el fondo del río para recuperarlos en secreto.
Otra curiosidad intrigante se encuentra en una de las salas de la villa, donde el techo representa un mapa astronómico con la posición exacta de los astros el día en que Chigi conoció a su esposa. Esta obra refleja su profunda fascinación por la astrología y su creencia en la predestinación.
Pero sin duda, uno de los hallazgos más sorprendentes surgió en 2020, cuando estudios sobre los materiales del fresco que representa a la ninfa Galatea revelaron que Rafael utilizó azul egipcio (el primer color artificial de la historia), para las áreas coloreadas en ese tono, como los ojos de la doncella, el cielo y el mar. Este pigmento, que había caído en desuso tras la caída del Imperio Romano y había sido sustituido por el lapislázuli, fue recreado por el artista en su taller mediante un innovador experimento, fruto del gran interés del pintor por el mundo antiguo.
Imagen Jean-Pierre Dalbéra