El pasado 17 de diciembre de 2013 tuve la oportunidad de hacer una escapa rápida a Lyon, que si bien no es la capital de Francia, sin duda es la capital gala en lo tocante a lo gastronómico (es la ciudad francesa que más estrellas Michelín atesora). También aquí nació el cine. Y el Principito. Y el guiñol. Así que ya os podéis imaginar hacia qué punto cardinal apuntaba mi brújula: una orgía gastronómico-literaria-cinematográfica.
El viaje, además, lo realicé de un modo distinto: a través de iDBUS, una nueva línea de buses para viajar de noche que está equipada con WiFi y un enchufe cada dos asientos para mantener alimentados tus gadgets. Así puedes optar para ir tumbado durmiendo o, por el contrario, navegar a través de tu dispositivo favorito. Salimos de la Estación del Norte de Barcelona a las 23:00 h, y arribamos a Lyon a las 7:30 h.
Era una hotel pequeño, cuco, pero recién reformado al estilo Ikea. Pero lo mejor del Dauphin era su localización: quedaba cerca de todo. Concretamente, estábamos casi en el centro de la isla de tierra que se sitúan en el centro de Lyon, rodeados por los caudalosos ríos Ródano y Saona.
Viejo Lyon
Los más divertido (y práctico) de callejear por el característico suelo empedrado del casco antiguo de Lyon es que muchas vías están conectadas entre sí por los llamados traboules, antiguos pasajes que, desde la Edad Media, comunican calles paralelas a cielo cubierto. Intrincados pasajes que casi parecen cuevas, oscuras, casi imperceptible,s pues a veces las entradas (que incluso tienen puerta) pueden confundirse con una finca privada. Los pasajes atraviesan los edificios. Se recomienda no hacer ruido para no molestar al vecindario. Y aquí, de una forma muy gráfica, se entiende que Lyon haya sido el epicentro de la resistencia numantina contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Como ya hacía un rato que el sol había salido, y los borborigmos procedentes del estómago nos avisaban de que ya era hora de desayunar, nos detuvimos en una cafetería muy cuca en Rue de Saint Jean: La Marquise. No podéis iros de Lyon sin comer un pastel, un pan, o lo que sea, recubierto de praliné: una especie de esfera de azúcar rojo en cuyo centro se esconde una almendra. Echan eso por encima de mil cosas, troceado irregularmente, como una vajilla que se ha caído al suelo. Aunque para los más golosos también existe la opción de comer las esferas a palo seco, enteras. Como para desayunar soy más de saldado que de dulce, dejé el praliné para la merienda, y me decanté por una quiche de espinacas y salmón. Deliciosa.
La ciudad del cine
Por ello, tras el desayuno en La Marquise, una de las primeras cosas que hicimos en Lyon fue visitar el mencionado Musee des Miniatures et decors de cinema, a pocos metros de allí, en la misma Rue de Saint Jean. En la entrada ya podéis disfrutar de algunos ejemplos, como el robot procedente de la película Yo, Robot, protagonizada por Will Smith. Pero hay muchísimo más. El museo es un poco caro, pero vale mucho la pena entrar. Por fuera parece pequeño, pero luego te encuentras con varias plantas, y ocho salas grandes con cientos y cientos de objetos usados de verdad en películas de todos los tiempos, generalmente de fantasía o ciencia ficción.
Por si esto fuera poco, los sótanos están dedicados en exclusiva a la adaptación cinematográfica de la novela El perfume, de Patrick Süskind, con escenarios completos meticulosamente reconstruidos. Y las plantas superiores están dedicadas a cientos de escenarios en miniatura. Imaginad cualquier cosa, desde una habitación a un restaurante, pasando por una tienda de comestibles o un museo de historia natural. Todo ello está metido en un receptáculo convenientemente iluminado del tamaño medio de una caja de zapatos. Las siguientes fotos os parecerán escenarios reales, pero ninguno tiene más de diez centímetros de altura. El grado de detalle es tan elevado que puedes dedicarte durante minutos a buscar infructuosamente el mínimo error. Tal vez con un microscopio electrónico… Se percibe que en Lyon nació el guinyol, por su especial afición al cine, a las miniaturas, a los muñecos. Y no sólo porque encontraréis aquí miles de objetos y reproducciones de guinyoles, sino porque en Lyon también se produjo un hito cinematográfico: la primera película del cine de la historia se rodó en Lyon. Como aún podíamos consumir más inputs cinematográficos, nos acercamos en metro (desde la parada de Viex Lyon apenas hay diez minutos de trayecto) hasta Rue du Primer Film. Allí se levanta el museo Lumiére, en la que antaño fue la casa Art Noveau de los hermanos Lumiére. Y sí, aquí se rodó la primera película de la historia: Salida de los obreros de la fábrica. Sólo dura 50 segundos, así que llamarlo película quizá sea un poco excesivo, pero para los primeros espectadores fue un espectáculo que probablemente se les grabó en las retinas para el resto de sus días.Lyon tiene mucho más que ofrecer, cosas que podrían aparecer en cualquier película. No obstante, eso os lo explicaré en la próxima entrega de este artículo.
Fotos | Sergio Parra