Tartu es la puerta al sur de Estonia y, para muchos, la capital espiritual del país. Si Estonia es uno de los países con menos densidad por kilómetro cuadrado, Tartu es un ejemplo de ciudad universitaria donde los pocos que se pasean por las calles son jóvenes. Tiene un bonito centro que, aunque no puede igualarse a la maravilla de Tallinn, ofrece un escenario más tranquilo y un buen repertorio de zonas verdes donde relajarse.
En el monte de Toomemagi se encuentra la catedral en ruinas, el pasado histórico de la ciudad y espléndidas vistas de Tartu. A su vez, el río cruza la ciudad ya sus lados se abren bonitos paseos a su alrededor. Incluso con un par de playas a escasos kilómetros.
Una bella estatua de dos amantes besándose preside la plaza de Raekoja con el Ayuntamiento a sus espaldas. Las calles adyacentes ofrecen suculentos paseos y no menos suculentas comidas en sus restaurantes, cafés y terrazas.
La fachada de la Universidad impresiona con su estilo neoclásico y sus columnas corintias y en su interior alberga una sorpresa. Se trata de la celda de prisión para aquellos estudiantes que durante el siglo XIX cometían alguna infracción. Los desafortunados eran encerrados en el ático y hoy puede visitarse (sin estudiantes castigados, por supuesto) con sus grafitis originales en la pared. La ciudad, y el país en sí mismo, se halla bien conectada a nivel de autocares y trenes.
Una de las mejores opciones para dormir se trata del Hostal Universitario justo al otro lado del río a la altura del Ayuntamiento. Habitaciones dobles por 18 euros con cocina y baño compartido con otras dos habitaciones. Por supuesto, sólo encontrareis estudiantes de la misma universidad y algún turista de paso como vosotros. También existe otro centro de las mismas características al otro lado de la ciudad, menos céntrico y un pelín más caro.
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