Los servicios aéreos han cambiado por completo desde la aparición de las empresas low cost. Nos hemos ido acostumbrando al recorte de servicios en cantidad y calidad a cambio de tarifas bajas, muy bajas. Así los menús low cost aparecen como el ejemplo vivo (y escaso) de este trueque establecido entre las aéreas y los pasajeros: te llevo barato, pero no comes.
En realidad, es aún peor. No es que no te den de comer, sino que pretenden cobrarte una fortuna por un mísero bocadillo o una lata de gaseosa.
Atrás quedaron los tiempos en que contabas con un servicio bastante completo: una bandeja, cubiertos de verdad, comida de sabores reconocibles, hasta una copa de vino para los que les gusta.
Más adelante, la bandeja fue perdiendo ingredientes. Los cubiertos de plástico vinieron a ocupar el lugar de los normales por razones de seguridad y logística. El catering se fue tercerizando. Aparecieron las bolitas de gelatina roja en lugar de las cerezas y después… la nada.
La nada en forma de carrito cargado de bocadillos secos rellenos con la fotocopia de una loncha de jamón y otra de queso. Mini paquetes de snacks que no los incluiríamos ni en las bolsitas de cumpleaños de nuestros hijos (los niños nos mirarían con odio al recibir tan minúscula porción). Y todos estos manjares a nuestra disposición, previo pago.
Y las bebidas… Lata de gaseosa al precio del mejor champán francés. ¿Vino? Sí, claro. Una botella tamaño dedal pagando lo que no vale.
Leo en nuestro blog amigo Directo al Paladar un post del maestro cocinero Pepekitchen sobre este tema. Nos cuenta su experiencia en primerísima persona, y no podemos dejar de identificarnos con sus opiniones.
Las empresas low cost han obligado a los sindicatos de personal de vuelo a negociar contratos tan mínimos, que el personal acota al máximo su incumbencia a bordo. ¿Pasar el carrito? Vale. ¿Calentar bandejas de comida ? (que serían igualmente pagadas por el pasajero que quiere disfrutar de una comida como Dios manda) No, eso no entra. La puja por la reducción de costos operativos.
Y los pasajeros, a cambio de un billete de pocos euros, nos seguimos achicando en nuestros asientos y esperando que no nos cobren por la mascarilla de oxígeno (mejor no dar ideas).
Foto | Shutterstock
Diario del Viajero | Low cost o low-cost.
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