Quedamos en volver a encontrarnos, después de una vuelta por los centros comerciales de Leeds. Es hora de tomar contacto con uno de los deportes más populares de Inglaterra: el rugby.
Poder presenciar un partido de rugby en el país que le dio forma es un privilegio que no sale tanto (unas 18 libras la entrada general). Y si, además, lo hacemos aquí, en Leeds, es algo más especial porque su equipo, los Rhinos, fue uno de los 22 clubes que allá por 1895 formaron la primer liga que dio nacimiento a este deporte. Pioneros.
El Estadio Headingley Carnegie está a unos 10 minutos de viaje desde el centro de Leeds. Dentro de su perímetro está también la cancha (campo?) de criquet, ese deporte incomprensible que tanto parece gustar a los británicos.
Por supuesto, la cancha de rugby luce un césped per-fec-to. Está rodeado de 4 tribunas totalmente distintas entre sí. La cabecera este (la más moderna) para público de pie con dos niveles y una cubierta muy moderna, la cabecera oeste (para el equipo visitante) es más humilde (¿ con el ánimo de bajarles la moral ?) tiene el cartel luminoso a sus espaldas y los asistentes también están de pie.
La tribuna "popular" se extiende sobre el lado sur del estadio, es antigua, abigarrada, alta y multitudinaria. Aquí se dan cita los más "hinchas" o forofos del equipo local. TODOS vestidos de azul y amarillo, los colores de los Rhinos de piez a cabeza. Aquí se ubica la orquesta de percusión, se amontona la gente que grita al unísono las faltas por si el árbitro no las ve, y se acuerdan (al unísono) de la madre del árbitro por si ve demasiado.
La tribuna de enfrente, la más veterana, está íntegramente equipada con asientos tan antiguos como la tradición del rugby en Inglaterra. Aquí se ubican los abonos más caros, la prensa, autoridades, etc. TODOS vestidos de azul y amarillo (obviamente).
El ambiente general del estadio es muy familiar, con gente de todas las edades y extracciones sociales unidas por la camiseta de los Rhinos. Bueno, por la camiseta, gorros varios, pantalones, bufandas, caretas, mochilas, chubasqueros, paraguas, bolsos y todos los etcéteras imaginables que venden, obviamente, en el gift shop de la entrada.
Además, se llenan los brazos de bolsas de patatas fritas o asadas, unas enormes salchicas gordas y picantes a las que bañan hasta la saciedad con una mostaza incomible, hamburguesas de 3 o 4 niveles con todo tipo de aderezos y vegetales rebosantes por cada costado, y litros y litros de ... gaseosas. Las bebidas alcohólicas se venden exclusivamente en las premises autorizadas (2 bares con acceso vigilado) y no se pueden consumir fuera de esos mismos lugares. Tal vez intentando bajar el nivel de conflictividad que siempre puede darse en este tipo de encuentros deportivos.
Aunque, a decir verdad, sólo hemos visto fervor por su equipo y algún que otro cabreo desproporcionado por la justicia o no de una decisión del árbitro. Delante nuestro, una señora que podría ser perfectamente la abuela de cualquiera de nosotros, o una antigua profesora de piano o la bibliotecaria jubilada de algún juzgado de pueblo, enfundada toda ella en azul y amarillo, gritaba desaforadamente insultos irreproducibles contra la madre de un jugador contrario, cuyo hijo se había atrevido a tacklear a uno de sus Rhinos.
El espectáculo es completo: Ronnie, la mascota, las cheerleaders con ombligo al aire, el himno con tenor incluído, fuegos artificiales, entrada triunfal de jugadores, relator a voz en cuello animando a las gradas, etc. etc...
Por lo demás, todos unos gentlemen.
Y hablando de caballeros... nos vamos de viaje hacia los tiempos de caballeros y justas deportivas.
Continuará...
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