Hace unos años tuve la oportunidad de cubrir la distancia entre Ginebra y Lausana (unos 65 km.) a lomos de una bicicleta, resiguiendo el Lago Leman. Algunos de los pueblos que atravesamos parecían sacados de algún parque temático por su pulcritud, como Coopet, Nyon o Rolle. Son como pueblos recién desprecintados.
La región de La Côte, que se extiende desde Nyon hasta Morges, es todo lo contrario que uno esperaría encontrar en un país como Suiza, asociado a las montañas alpinas, los prados verdes y la nieve: un paisaje de colinas que es una de las zonas vitícolas más grandes de Suiza.
Recorrer algunos caminos milimétricamente bellos, descubrir edificios y tiendas curiosas, los muelles espaciados con sus dos o tres barquitas atadas alrededor, los distintos ángulos en los que te puedes deleitar con la superficie espejada del lago jalonada de cisnes, patos y demás fauna me reafirma en la idea de que hacer cicloturismo es muy distinto a hacer turismo: hacer el camino en coche, cubriendo la distancia de Ginebra a Lausana por carretera, te oculta toda esta riqueza de detalles. Como si en realidad viajases siempre de noche.
Aquel pequeño islote, que podría recorrerse de punta a punta en dos o tres minutos, fue construido alrededor de 1835 por los comerciantes locales para proteger la entrada del puerto. Sus 110 metros de largo por 30 de ancho están repletos de árboles frondosos que protegen el obelisco erigido en memoria de los patriotas del cantón de Vaud. Este pequeño bosque rodeado de agua es tan pequeño y exuberante que podría también ocultar la guarida del capitán Nemo.
Me entraron ganas de lanzarme al agua y nadar hasta el islote a fin de regocijarme en aquel instante de felicidad y autonomía, sensaciones propias del que ha llegado hasta allí por sus propios medios y ha descubierto el lugar por azar, a la vez que es consciente de que cientos, miles de turistas pasarán por allá cerca sin ni siquiera atisbar aquel pequeño paraíso en forma de islote.
El sol, el verdor del islote, el hecho de que en la orilla de la isla estuviera anclado un catamarán... todo ello me obligó a sentarme un rato en un banco de madera para deleitarme con la composición. Disfrutando de la paz y el sosiego de aquel paseo marítimo por el que, ocasionalmente, cruzaban parejas de ancianos o mujeres que empujaban el cochecito de un bebé.
Y en el paseo marítimo encontré otro signo de civismo extremo propiamente suizo: unas cajitas verdes de las que cuelgan sacos de plástico del mismo color que sirven para recoger las cacas de perro. Los propietarios de perros las usan de forma natural, le dan la vuelta al plástico tras haber recogido la deposición y lo tiran al primer recipiente para la basura que encuentran (lo cual es muy fácil en un país invadido de papeleras para distintos tipos de basura).