Ámsterdam es una ciudad pensada para vivir y recorrer en bicicleta. Hay cruces en los que tendremos que ingeniárnoslas para atravesar la calle sin ser atropellados porque no se ven pasos de cebra o semáforos para peatones ni cerca ni a lo lejos.
Recuerdo una cómica situación, caminando mientras consultaba el plano y miraba las fachadas, no sé cómo llegué a una minúscula isleta en medio de un cruce inmenso y cómo me costó salir de allí, lidiando con bicis que aparecían por todas partes e incluso con tranvías que se encargaron de avisarme de que me apartara si no quería ser “rozada” por uno de sus espejos retrovisores cuando tomaran la curva...
El sonido de los timbres de las bicis nos acompañará continuamente durante toda nuestra estancia en la ciudad. Tan solo algunas calles peatonales se libran de la presencia de estos vehículos, al menos conducidos por sus dueños, que pasan de montarlas a transportarlas mimosamente junto a sí.
A pesar de que hay cientos de kilómetros de carriles bici en la ciudad, en ocasiones las bicis toman calles (sobre todo), pasando temerosamente ante los tranvías, y aceras. Sin embargo, lo más normal es que seamos los peatones los que tomemos sus carriles. Y cuidado con ello.
Lo más probable es que a nuestro paso por Ámsterdam nosotros mismos seamos objeto de algún timbrazo por invadir el lugar destinado a circulación de bicis. No en todas partes queda muy claro cuál es el lugar de los peatones y cuál el de las bicis o de otros vehículos. No estamos acostumbrados.
Sin embargo, basta con estar atento y despejar ese espacio que no nos corresponde. Los ciclistas suelen reducir su marcha y esperar pacientes, saben que su ciudad está tomada, los 365 días del año, prácticamente las 24 horas del día, por visitantes de todo el mundo.
También he visto a algunos amsterdameses perder la paciencia, soltar algún improperio al despistado peatón e incluso (no podía dar crédito) propinar un puñetazo en la espalda a un viandante que hizo caso omiso a los reiterados timbrazos y gritos del ciclista y parecía caminar algo serpenteante por el carril bici. Era en una calle comercial, cerca del barrio rojo y podría asegurar que el perjudicado no iba demasiado sobrio.
Bueno, animales hay en todas partes, pensé, sobre todo por el individuo a dos ruedas.
Así que lo mejor es agudizar nuestros sentidos y saber que es una ciudad en la que las bicicletas mandan. Un ciudad concienciada con el medio ambiente.
Yo no me atreví a alquilar una bici para pasear por Ámsterdam, pues estoy acostumbrada a ir en bici, aunque no por ciudad. Ya tenía que poner bastante atención en que no me pisaran a mí bicis o tranvías, o en no quedar aislada en lugares insólitos no preparados para peatones como el que he descrito al principio, como para encima ir a paso de tortuga cuando en general allí estos vehículos van que vuelan.
Precisamente se reconoce a los turistas, aparte de por sus bicis con las placas de alquiler, por su indecisión y paso lento que también provocan algún timbrazo que otro. Sin embargo, estoy segura de que es un bonito modo de recorrer la ciudad sin cansarse, y creo que pasando un periodo de prueba y práctica el viajero disfrutará de la experiencia...
Pero si no os atrevéis, queda la opción de coger un bici-taxi, una especie de triciclo con medio chasis en forma de huevo que es conducido diestramente por un chófer.
Y atención a los modelos de bicicleta, desde los más sobrios y tradicionales, a los más estrambóticos y recargados. Para todos los gustos. Incluso algunas parece que estén en las fachadas, simplemente por adornar. Preciosas.
En cualquier caso, siempre nos quedará la bella imagen de las bicis sobre los puentes de Ámsterdam.
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