Si algo me sorprendió gratamente de la capital holandesa fueron sus largos atardeceres con esa luz tenue característica que en otras latitudes sólo podemos disfrutar unos minutos. Y es que, al estar situada tan al norte, el sol incide oblicuamente antes de anochecer durante mucho tiempo, a diferencia de lo que ocurre en otros puntos más meridionales.
Por ello podremos contemplar a través de esa luz característica, amarillenta, de grandes contrastes claroscuros, las deliciosas fachadas de Ámsterdam o sus canales.
Y también captar con nuestras cámaras esas bonitas tonalidades sin las prisas que habitualmente nos confieren el hecho de que el sol está a punto de desaparecer. En pleno verano, tenemos un par de horas por delante...
Aunque la languidez de esa luminosidad no tiene por qué estar acompañada de paz y sosiego, ya que lo mismo la encontraremos en las calles comerciales más animadas o en el Barrio Rojo compitiendo con el neón.
Aunque, finalmente, el sol nos dejará y llegará el anochecer con nuevos tonos, las calles serán dominadas por la luz artificial, aunque no olvidemos que la luna continúa en algún lugar iluminando el techo de la ciudad. Qué suerte poder verla desde la habitación del hotel perfilando esos tejados característicos de Ámsterdam tras un largo atardecer.
En Diario del viajero | Hemos estado: Amsterdam