Pronto os contaré cómo ha ido mi primer crucero en un Diario de a bordo diferido. Pero siento empezar esta crónica con cierta sensación de haber sido engañada al contratar este viaje, en lo referido al precio y a las condiciones pactadas, que se incumplieron.
Como escarmiento por dejar el viaje para última hora, esto es lo que queda, en estas fechas no hay más, es un crucero muy solicitado... lo que en principio parecían buenas ofertas después, haciendo cuentas más precisas, no me lo parecieron tanto.
Lo peor fue que, después de diversos problemas para cobrarse los billetes (idas y vueltas de faxes, llamadas, mails, tarjetas de crédito…) la misma mañana del día de partida, la compañía de reservas me dice que (¡oh, sorpresa!) el camarote cuádruple por el que habíamos pagado (por encima sólo estaban las suites con balcón) ya no estaba disponible.
Lo que tenían (me ofrecían) eran dos camarotes dobles, probablemente separados. Sin dudarlo ni un instante le dije a la señorita que me devolvieran el dinero de inmediato porque no íbamos a hacer ese crucero.
Esas condiciones me las habían ofrecido dos días antes por menos dinero, y las rechacé porque, con dos niñas pequeñas, no es cuestión andar desperdigados por el barco.
A lo que ella contestó que esperara un momento. Tensión en el aire. El coche ya está en la puerta preparado: tenemos tres horas para llegar al barco y dos horas de trayecto en coche. No me importa no ir de crucero. Bastantes vueltas habíamos dado al tema y no estaba tan convencida de hacerlo.
Un cambio de última hora
Pero entonces se ilumina el túnel y la señorita me dice que casualmente ha habido una anulación de última hora (esto debía de ser verdad, porque las tarjetas de los antiguos ocupantes del camarote estaban allí esperándolos): una habitación triple tres plantas por debajo del camarote anterior.
Bueno, si es de una categoría inferior, tendrán que devolverme parte del dinero, pues no es lo que yo pagué... Nada de eso, si es una habitación igual, incluso mejor, porque el bebé irá en cuna, son los mismos metros cuadrados, estaremos junto a recepción... y no sé cuántas cosas más que runruneaban en mi cabeza junto al motor del coche listo para salir hacia Valencia.
“Lo tomas o lo dejas, yo no voy a perder nada. Si lo quieres, me devuelves un mail aceptando estas condiciones”. Y voy yo y las acepto. No puedo decir que me arrepienta. Porque el viaje valió la pena, y la alternativa era no hacer nada especial. Aunque por ese dinero, podría haber ido a tantos sitios… Pero dejemos eso. A lo hecho, pecho.
De lo que sí me arrepiento es de no haber hecho una reclamación a la compañía de reservas, como le dije que haría a la señorita que me atendió. Se me pasaron los ocho días que dan para hacer reclamaciones formales. Mi ordenador fuera de servicio por medio.
Entiendo que no había demasiado donde elegir a unas pocas horas de que zarpara el barco. Entiendo que el camarote que había reservado volara en el intervalo de tiempo que me llevó hacer la reserva y recibirla ellos al día siguiente. Pero no entiendo que esto me lo dijeran sólo y exclusivamente cuando ya se habían cobrado. ¿Política de la empresa?
En fin, que aquí no acaba todo, porque a todo esto no teníamos las tarjetas de embarque. Y al puerto había que presentarse con ellas. Así que ahí me veis hablando con la familia de Valencia, por favor, imprimidme esto, lo van a mandar con copia a vuestro mail… y cuando lleguemos pasamos antes de ir al puerto para que nos las deis.
Las tarjetas no llegan. Son las 13 horas, y el mail no llega. Las puertas de embarque cierran a las 15 horas. Llegamos a Valencia a las 14 horas. Acaban de llegar las tarjetas de embarque, ¡aleluya!
Llegamos al barco, pero no nos dejan subir
Al puerto rápidamente, que no nos pillen los hinchas del Madrid-Barça que se disputa esa noche. Lo conseguimos. Hemos llegado media hora antes de que cierren las puertas. Pero… no estamos en el listado de pasajeros. Nuestro camarote es de otros.
Ya me pongo nerviosa y les digo que llamen a un superior para que conste que a las 14’30 nosotros estábamos ahí dispuestos para subir al barco. Lo último que deseaba ya era quedarme en tierra, después de tantos quebraderos de cabeza y el estrés que me puso la cabeza como un bombo.
Parece ser que mi reacción fue lo que les convenció de que no éramos polizones estúpidos que querían colarse por la puerta, y decidieron facturar nuestro equipaje y hacernos pasar al barco. Bueno, después de tenernos esperando un buen rato en la puerta del mismo, desconcertados porque no aparecíamos en ningún listado, llamando a unos y otros jefes, a ver qué hacían con nosotros.
Ahora me río al recordar estos momentos, pero fue surrealista. Llegó la hora de cerrar la puerta de embarque, y nos hicieron pasar a recepción. Creo que aún sospechaban que podíamos ser polizones encubiertos.
Allí estuvimos esperando más de una hora, nos perdimos el simulacro de salvamento porque no teníamos camarote, ni salvavidas… esperando a que nos devolvieran nuestros pasaportes y nos asignaran camarote. La recepción estaba prácticamente vacía, todos los pasajeros y la mayor parte de la tripulación estaban realizando el simulacro.
El Grand Celebration es un barco fantasma en el que me parece imposible sentirme a gusto, la cabeza me va a explotar, estoy de mal humor, y agotada. “Nunca más” – me digo – “nunca más” (¿de qué me suena esto?).
Finalmente, llegó el señor que no hablaba castellano con nuestros pasaportes y nos hicieron saber cuál era nuestro camarote. Al llegar, como he comentado, estaban las tarjetas con los nombres de las personas que habían anulado el viaje, tan a ultimísima hora, que ni había dado tiempo a los sistemas informáticos a borrarlos, del mismo modo que no había dado tiempo a que apareciéramos nosotros.
Pero por fin estoy en el camarote. Es pequeño. Huele a barco. Pero está bien decorado, tiene ventana y entra una luz espléndida que dice adiós a Valencia.
Por primera vez en unas cuantas horas, me relajo, echada en la cama, investigando los salvavidas por si, dado el caso, tuviera que hacer uso de ellos. Lo cual no sería de extrañar dado el mal pie con el que ha empezado el viaje.
Esta fue la odisea hasta subir a bordo de un crucero, un minicrucero por el Mediterráneo en Semana Santa que trajo momentos mejores y que pronto os iré contando.
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