Formentera en 11 imágenes que nunca se me borrarán de la cabeza (I)
La isla de Formentera es la isla habitada de menor tamaño de las Baleares, así como la más meridional. Cuenta con 69 km de litoral, gran parte de los cuales son playas paradisíacas. El 70% del territorio natural está protegido. Puede recorrerse de punta a punta en solo 19 kilómetros. El clima es suave, con una temperatura media anual de 18,6 ºC.
Formentera está a apenas 100 kilómetros mar adentro si partimos desde Denia, Alicante. En menos de una hora podemos volar hasta allí. Y, sin embargo, después de haber pasado tres días en ella, me dio la impresión de que estaba en otro país, o en una isla perdida en mitad de la nada, donde el tiempo transcurría a otro ritmo y el color del mar tenía esos tonos turquesas que todos asociamos al Caribe. De este viaje, me llevo estas imágenes proustianas. Once imágenes que recapitulan gran parte de lo que sentí allí.
1. El color que vino del mar
El mar de Formentera me demostró dos cosas. La primera: que esos océanos turquesas que aparecen en la típica postal del Caribe existen de verdad, y pueden estar a apenas una hora de España. La segunda, y citando al gran David Foster Wallace en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer: “He aprendido que hay diferentes intensidades del azul más allá del azul muy, pero que muy intenso.”
El secreto de este color que parece filtrado por el Photoshop se lo debemos a una planta submarina, la Posidonia oceánica, una planta acuática cuya concetración es elevadísima en esta zona y que, entre otras cosas, se dedica a depurar el agua. Gracias a esta criatura, el mar está tan limpio que si practicáis submarinismo vuestra mirada alcanzará hasta 50 metros de distancia.
Es decir, que para ir hasta el Paraíso no hace falta inyectarse toda clase de vacunas, cual Barón von Humboldt antes de empezar la búsqueda de las fuentes del Amazonas.
2. La isla que estaba en venta
Adán, y Eva, y Adán, así nos sentimos los tres valientes que nos atrevimos a desembarcar en aquella isla salvaje que aún está en venta. La típica isla en la que si te topas con un indígena basta con encender tu mechero para que funde una religión en tu nombre.
Espalmador es una isla de propiedad privada situada al norte de la isla de Formentera. Solo tiene 2.925 m de longitud y 800 m de anchura. Sus playas son de agua transparente y de arena blanca. Cuando la marea está baja se puede ir andando desde Formentera al islote a través del llamado paso de Es Trocadors, aunque puede ser peligroso si vamos muy cargados con las típicas vituallas playeras. Actualmente, está en venta por el módico precio de 24 millones de euros, así que muy pronto nadie podrá llegar hasta allí.
Arribamos hasta Espalmador a bordo de un catamarán, como si fuéramos Kevin Costner en la película Waterwolrd. A pesar de que ninguno de nosotros llevaba traje de baño, la invitación de saltar a esa isla salvaje era impepinable: hasta Robocop hubiera infringido sus directrices.
El empuje exploratorio y la búsqueda propiciada por la dopamina me hizo despojarme de los pantalones, hundir las piernas en el agua y llegar hasta las arenas de esta isla salvaje. Y allí, os lo garantizo, experimenté la felicidad oceánica de las endorfinas. Y, finalmente, la adrenalina que supuso despojarme de la ropa y saltar al agua límpida y fría.
3. Sant Francesc
San Francisco Javier (oficialmente y en catalán Sant Francesc de Formentera) es la capital y el pueblo principal de Formentera. Desprende cierto halo de refugio edénico. Antigua tierra de hippies, del make love not war, aún conserva el caracter desenfadado y manso de los lugares que están lejos de todo y en los que coinciden personas que huyen de sus respectivos países, y quizá de sus respectivas identidades. Como una nave espacial que transporta a un grupo de supervivientes del holocausto nuclear.
A tres kilómetros del puerto de La Savina, pasear por este pueblo te contamina enseguida de la calma chicha del ambiente, del piano piano de la gente, de la luz brillante y sin mácula. Formentera solo tiene una población de 2790 habitantes, según datos del INE de 2009, pero los turistas, de distintas nacionalidades y etnias como en un anuncio de Benetton, convergen aquí para brindar con una copita de herbes, un licor típico elaborado a partir de una base de distintas hierbas hasta llegar, en algunos casos, a superar 30 tipos diferentes.
4. Isla de bicicletas
Por sus hechuras y parajes naturales, Formentera es idónea para ser recorrida en bicicleta. Hay diversas rutas verdes, y solo podremos acceder al Parque Natural a través de este medio (o un coche eléctrico). En total, podemos recorrer 32 rutas verdes y más de 100 kilómetros de caminos señalizados.
Podéis ver aquí arriba un vídeo de la aventura con bici (y el choque frontal que casi tuvo lugar al final por intentar emular un plano a lo Michael Bay).
5. Tiendas y bares únicos
Cada tienda, bar o cafetería es diferente y está cuidada, mimada y decorada con el gusto personal del dueño. Olvidad las franquicias, las marcas mil veces vistas en cualquier otra ciudad, las decoraciones clónicas. Aquí todo es único. Por ejemplo, tomamos algo en una bar que mezclaba lo geek y lo hippie buceando a pulmón en el horror vacui. Había tantas cosas que mirar, tantos detallitos. Esa clase de tuneo que me recuerda a los bares de Ámsterdam o las tiendas cuquis del barrio el Jordaan.
Al igual que antiguamente podrían disfrutarse de los nombres de las maderas en un camarote de lujo en el Titanic (el palisandro de Brasil, el ébano de Macasar, el limonero de Ceilán…), aquí había una silla cuyo tablero era la pantalla de un antiguo iMac, y las patas de una mesa eran torres de un ordenador. Daban ganas de echar el día. Como en cualquier rincón de la isla.
En la próxima entrega de esta serie de artículos sobre Formentera, continuaremos mojando la magdalena de Proust, evocando más imágenes para el recuerdo.
Imágenes | Sergio Parra