Uno de mis pequeños placeres culpables consiste en abismarme durante horas en mapas, globos terráqueos y esos enormes mapamundis que abarcan toda una pared buscando irregularidades geográficas que me gustaría visitar. Una istmo por aquí, aquella isla en mitad de la nada, esa zona repleta de lagos, la esquina más extrema de ese país o región, lo que parece ya el fin de la tierra firme… así fue como acabé visitando la isla de Sark, por ejemplo.
Son fetiches geográficos que solo se aprecian si previamente has contemplado un mapa, porque generalmente, a ras de suelo, no albergan ninguna característica especial. Por eso debí sentir una trepidación particularmente intensa en comparación a mis compañeros de viaje cuando tuve la oportunidad de visitar Ayamonte, en la provincia de Huelva. Porque este bonito pueblo se ubica en el ángulo más al sur occidental de España, separado tan solo por un kilómetro de distancia de Portugal.
Lo más destacado de Ayamonte es su luz, su playa, su puerto. Fuimos cuando aún el invierno daba sus últimos coletazos y, sin embargo, tuvimos que quitarnos las chaquetas y hasta arremangar las camisas. En Ayamonte, estoy convencido, cualquier día es bueno para sentarse en la arena de la playa a leer o tomar un refrigerio.
La sal de la vida
Justo en los aledaños de Ayamonte se extienden las oníricas marismas de Isla Cristina. Las salinas Biomaris Flor de Sal están ubicadas en la carretera del Pozo del Camino, donde continúan recogiendo sal artesanalmente, como en tiempos pretéritos, desde que se inauguró en 1955.
El lugar, además de tener un aspecto casi onírico (máxime si previamente has visionado la película La isla mínima), fue distinguido como Paraje Natural en 1989 por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía por su valor ecológico.
Aquí la sal, literalmente, se extrae de cultivos de agua marina. La Flor de Sal es la fina película de cristales que se forman en la superficie de las pilas de las salinas. Se caracteriza por su blancura, su textura crujiente y su suavidad al paladar. Este tipo de sal es única en su especie porque contiene menos sodio y es rica en magnesio, hierro, calcio, fluor y yodo.
Biomaris ofrece visitas guiadas para recorrer el complejo salino, el humedal y la marisma. También el taller de recogida de sal, la cría de artemias salinas, el lago de magnesio y, finalmente, el avistamiento de aves y plantas salinas.
Remontando el Guadiana a golpe de viento
Al poco de partir, cruzamos por debajo el Puente Internacional del Guadiana, que une ambos países y recuerda vagamente a una Torre Eiffel tumbada. Une las localidades de Castro Marim en el Distrito de Faro, Portugal y Ayamonte en la provincia de Huelva, España. Es uno de los puentes más largos de España y el tercer puente más largo de Portugal tras el Puente Vasco de Gama y el Puente 25 de Abril, ambos en Lisboa. El puente mide 666 metros entre estribos y está dividido en cinco vanos.
Después de tres horas de viaje, llegamos a Sanlúcar del Guadiana, un municipio asomado al Guadiana que parece detenido en el tiempo y que apenas tiene 400 habitantes. A apenas 200 metros de distancia, en la otra orilla del Guadiana, está Portugal, concretamente Alcoutim. Deduces que ese pueblo vecino pertenece a otro país sencillamente con la iluminación nocturna, que en Alcoutim continúa siendo la antigua (y desechada por contaminante) luz ocre o amarillenta, en contraste con la blanca de Sanlúcar del Guadiana.
Imágenes | Sergio Parra