Justamente un domingo de Pascua de Resurrección de 1722, la Isla de Pascua fue descubierta y bautizada por el almirante holandés Jacob Roggeveen.
Una isla solitaria y perdida en mitad del Pacífico, con poco más de 160 kilómetros cuadrados de superficie, y guardiana de uno de esos secretos del hombre que a todos nos maravillan. En Isla de Pascua o Rapa Nui, podemos encontrar más de 800 moais enormes que miran fijamente tierra adentro.
Enormes moles de piedra tallados en roca volcánica, colocados casi siempre de espaldas al mar, sobre los acantilados.
En los tiempos en que estos gigantes de más de 10 metros de altura fueron colocados aquí, la isla -hoy desprovista casi de vegetación- estaba cubierta por una selva ecuatorial dominada pr palmeras enormes. Vivía aquí un pueblo floreciente procedente de la cercana Polinesia.
Fueron cortando el bosque para plantar sus cosechas. Modificaron las costumbres del lugar. Levantaron las imágenes de sus dioses.
Hoy el bosque ha desaparecido. De aquel pueblo que alcanzó los 25.000 habitantes en el siglo XIV, sobreviven apenas unos 1.000 descendientes (ahora bajo el gobierno de Chile). Pero las imágenes que adoraron siguen allí, guardando las respuestas a tantas preguntas.
Parece ser que el material para las estatuas se extrajo de las canteras de Rano Raraku, en el cráter, donde aún hoy pueden verse unas 400 inacabadas. El Gigante, de más de 20 metros de altura, es una de ella.
A Isla de Pascua puede llegarse en vuelos domésticos (2 veces por semana) desde Santiago de Chile, en unas 3 horas y media de vuelo. También hay conexiones aéreas desde su pequeño aeropuerto con Tahití y Los Angeles o Sydney.
En Rapa Nui se habla español, así como bastante inglés. Comienza ahora la mejor época para visitar la isla ya que hasta octubre se extiende la temporada seca, sin lluvias.
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