Problemas del Primer Mundo: cada vez es más difícil comprar souvenir
Si al regreso de nuestro viaje, varios husos horarios más allá, en tierras ignoras, inmersos en culturas exóticas, queremos evitar traer con nosotros el souvenir estandarizado, es decir, una miniatura que rece “Recuerdo de X”, un platito de porcelana con iconografía similar o incluso un bibelot, cada vez lo tenemos más difícil.
Si lo que buscamos es una especialidad gastronómica, un tejido particular, un muñeco infantil arraigado, entonces, el efecto sorpresa, distintivo o glamouroso está devaluándose a marchas forzadas.
Globalización
La razón de este terrible problema del Primer Mundo es, obviamente, la globalización. En lo que respecta a las marcas de cualquier tipo, el mundo ya no es local, o al menos lo es bastante menos que hace unos años.
Hace veinte o treinta años, uno podía volver de un país situado en otro continente con la seguridad de que sus souvenirs, como esa ensaladera de madera de Botswana, era únicos en su especies, capaces de desencajar la mandíbula e iluminar los ojos de nuestros allegados (si es que aún no se han dormido tras pasarles trescientas fotografías del viaje).
Actualmente, hay muy pocos objetos que los turistas puedan almacenar en sus maletas que no estén ya disponibles en otras partes, de alguien, u online, desvinculando los tesoros que encontramos mientras viajamos del contexto de la experiencia.
Reductos
Antes de caer en la desesperación, al menos nos quedan algunas cosas que todavía no han entrado en la maquinaria global (pero rápido, que no tardarán en hacerlo). La mayoría de occidentales, por ejemplo, no conoce Picard, la cadena de comida congelada francesa.
Tampoco es muy conocida la cadena de comida rápida nigeriana con más de 170 locales en el país, que sirve exquisiteces locales como moin moin y arroz ofada: Mr. Bigg´s.
Won Hundred es una compañía de ropa para hombre, y una cadena de ópticas china con el nombre de Helen Keller vende monturas y gafas de sol en 80 localizaciones en China.
Y tampoco hay muchas personas familiarizadas con Tally Weijl, una importante firma de moda franco-suiza con oficinas centrales en Basilea, Suiza, cuyo logo es la silueta de un conejo rosa: tiene nada menos que 1.000 tiendas en treinta países.
Sí, todavía queda esperanza, aunque sea efímera, todavía podemos vencer, aunque sea un poco pírricamente, a la globalización y al hartazgo de nuestros allegados cada vez que les traemos una caja de galletas que pueden encontrar en cualquier aeropuerto e incluso en muchas tiendas de todos los países de Europa. Y ¿a vosotros? ¿Se os ocurren más souvenirs que puedan salvarnos a todos de la mediocridad?