La toponimia, el estudio de los nombres propios de un lugar, tiene mucho de identidad nacional y orgullo personal. A la gente no le gusta que pronuncies mal el nombre del lugar donde ha nacido, por ejemplo, ni que lo modifiques a tu propia lengua, ni que ese nombre tenga connotaciones políticamente incorrectas.
Por eso existen organizaciones como el Consejo de Nombres Geográficos de Estados Unidos, un organismo federal creado en 1890 para normalizar y velar por los nombres geográficos del país. Por ejemplo, este organismo, por allá el 1967, modificó 143 casos de racismo toponímico: se eliminó la palabra “negro” de muchos lugares.
Con todo, siguen existiendo nombres incómodos, como Dago Springs, Chink Peaks y Polack Lakes (“Dago”, “Chink” y “Polack” son formas despectivas de referirse a los italianos, chinos y polacos, respectivamente).
En Gran Bretaña también persisten lugares con nombres insultantes, como “Puta tetuda”, “Culo áspero”, “Rabo húmedo”, Teta del Este” y “Juego de polla”, respectivamente: Titty Ho, Scratchy Bottom, Wetwang, East Breast, Cockplay.
No es raro bucear en antiguos mapas de Corea y ver que tienen tachados, a mano, las palabras “Mar de Japón”, sustituyéndose por el nombre tradicional coreano: “Mar de Oriente”.
Tal y como explica Ken Jennings en su libro Un mapa en la cabeza:
A Grecia le indignó tanto el nombre de la nueva República de Macedonia (históricamente, Macedonia era una región del norte de Grecia) que votó en contra de la entrada de Macedonia en la OTAN en 2008. El mayor revuelo lo provocó (¡sorpresa!) Irán, después de que la edición de 2004 del Atlas Mundial de National Geographic añadiese entre paréntesis y en letra pequeña: “Golfo de Araba” junto al golfo Pérsico. Los iraníes sintieron que había una conspiración en su contra y perdieron la chaveta. (…) En Irán se prohibieron las publicaciones de National Geographic y sus periodistas fueron ilegalizados.
Estos orgullos toponímicos también abarcan la pronunciación, como ya se ha dicho. Por ejemplo, si viajáis a Girona, en Cataluña, pero decís Gerona o no pronunciáis correctamente Girona, enseguida os verán como turistas indoctos, forasteros o directamente como despechados de la identidad nacional.
Lo mismo sucede como Houson Street en Manhattan (si la pronuncias como la ciudad de Texas, entonces eres forastero o tonto). También ocurre con la forma de pronunciar Puyallup, suburbio de Tacoma en el que se celebra cada otoño la mayor feria estatal de Washington.
Pronunciar los nombres de esas ciudades tal y como se escriben, implica mostrarse inmediatamente como un turista que no se entera de nada o, lo que es peor, como un inmigrante de California. (Podría decirte cómo es la pronunciación correcta, pero en tal caso, según la ley del estado de Washington, tendría que matarte).
Foto | Daily Kos
En Diario del Viajero | Cinco lugares con nombres obscenos (que a veces no lo son tanto)