De cómo nos apropiamos de otras culturas y las adaptamos para nosotros
Cuando viajamos, disfrutamos particularmente cuando la cultura con la que nos topamos tienen otras coordenadas y abscisas muy distintas a las nuestras.
Sin embargo, todos tendemos a enamorarnos o encapricharnos con algunas de estas particularidades culturales y terminamos por adaptarlas la nuestra propia, desnaturalizándolas.
Culturas lejanas pero próximas
Halloween es un paradigma de trazo cultural que nos gusta y que hemos insertado en la cultura española, por ejemplo, aunque previamente Halloween fue una costumbre de aquí, antes que de allí.
También proliferan las hamburgueserías yanquis en Francia, donde suena rock de finales de los cincuenta y los sesenta a todas horas. En Reino Unido hay una discoteca llamada Malibú, que también exhibe rasgos culturales propios de ese lugar.
En Japón existe una cadena de panaderías llamada Panadería Andersen, inspirada en Hans Christian Andersen. Hace poco, en la tierra natal de Anderse, Dinamarca, abrió irónicamente la primera de ellas.
Outback Steakhouse es un restaurante de temática australiana que, en realidad, no tiene mucho que ver con Australia, pues fue creado en 1988 por empresarios de Florida. Abunda en todo esto Martin Lindstrom en su libro Small Data:
Pero quizá el ejemplo más claro de todos los tiempos de descremado de la parte alta de una cultura es el yoga tal como se practica en Occidente. Con una banda sonoras de ragas en tonos graves, los estudiantes practican desde dos hasta tres docenas de asanas, la mayoría de las cuales tienen nombre en sánscrito. (…) Con el yoga, podemos apropiarnos de lo mejor de las tradiciones hindúes y budistas sin visitar jamás la India.
También observamos esta contaminación cultural en el lenguaje. Cool, WTF, LOL, spoiler, slapstick. Muchas películas estadounidenses de acción se ruedan al estilo Hong Kong. La falta plisada que visten las chicas también tiene reminiscencias de la pornografía japonesa.
Sería atrevido pronosticar los efectos de esta influencia bilateral cada vez más obvia entre culturas distantes, fruto, básicamente, de las telecomunicaciones y de medios de transportes cada vez más económicos. Tal vez todo se vuelva más homogéneo. O quizás todo adquiere mayor riqueza, en una mezcla de local y glocal agitado en una coctelera.
Lo que no cabe duda es que viajar para hallar prístinas trazas de cualquier manifestación cultural cada vez será lo más parecido a tomar un puñado de arena y que ni un solo grano se nos escape entre los dedos. Tal vez, pues, el objetivo no acabe siendo tanto ése como otros, algunos de los cuales todavía tienen que cristalizar en este nuevo contexto de interrelación cultural.
Si buscamos, sin embargo, una cultura intocada, entonces quizá nos llevamos una decepción. Porque las culturas intocadas son culturas tan aisladas de las demás culturas que, por lo general, exhibirán niveles de desinformación e incultura que nos resultarán alarmantes.
Porque la contaminación cultural produce puntos de convergencia y similitud, pero también una dinámica que se adapta a una realidad cambiante, nada endogámica, nada pureta, nada xenófoba, y manifiesta una riqueza de ideas como nunca antes se ha visto en la historia. O como rezaba con su lema Apple: rip, mix and burn.