Ayer buscaba en Twitter algunas refencias sobre sitios de buceo y me encontré con una larga serie de artículos periodísticos, posts y opiniones sobre el caso de dos buceadores que fueron abandonados en el mar viviendo una de las peores pesadillas que este deporte puede depararte.
Investigando un poco, encuentro el testimonio de Paul Kline que junto con su amigo Fernando García, salieron a practicar snorkel con una empresa, y al regresar a la superficie… se encontraron solos en medio del mar a varios kilómetros de la costa de Key Biscayne, en Florida.
Afortunadamente, estos dos deportistas pudieron salvar la situación flotando en el mar durante dos horas, hasta que fueron rescatados por un barco de paseo que pasó por la zona.
Al principio me pareció un hecho asombroso y, pensé, “excepcional”. Sin embargo, buscando un poco más, me encuentro con que es más frecuente de lo deseado:
- Lynda y Michael Evans pasaron por la misma situación y la cuentan en su blog Left at sea (abandonados en el mar). Ellos pudieron sobrevivir aferrados a una torre de iluminación lejos de la costa de Cayo Hueso, en Florida, y debieron pasar la noche en esas condiciones.
- El caso de Tom y Eileen Lonergan no terminó bien. El barco que los llevó a bucear en la Gran Barrera de Coral, en Australia, regresó a tierra sin ellos y se supone que murieron en altamar.
- Ursula Clutton, una turista de 80 años, desapareció en las mismas aguas en el año 2000 a pesar de notar su ausencia antes de regresar y activarse los protocolos de búsqueda.
Mi intención es levantar la mirada más allá de la triste noticia. Muchas pueden ser las razones para lamentar estos hechos: desde la impericia de quienes llevan un grupo de buceadores al no contar cuántos pasajeros llevan de regreso y cotejar ese dato con cuántos pasajeros embarcaron, la falta de una adecuada señalización que evite que los buceadores salgan del perímetro de supervisión, errores en esa misma supervisión, exceso de confianza de los buceadores, la búsqueda de vivir una experiencia que excede tus propios límites…
El turismo se hace cada día más experiencial. Muchos queremos traernos vivencias personales, nuevas, diferentes… ¿arriesgadas? Convengamos que no todos estamos capacitados para caminar por un sendero de cabras a 4.000 metros de altura, o a sumergirnos en cavernas bajo el mar. Sin embargo, al salir de casa con la maleta en la mano, unos cuantos van buscando vivir esa otra vidan y experimentan una sensación de omnipotencia.
El “turismo aventura” ¿es para todos?
Más allá de las responsabilidades que le quepan a las empresas que organizan este tipo de actividades u otras similares (y por las cuales deberán responder), estas noticias nos deberían llevar a pensar…
¿Hasta qué punto quiero arriesgarme por conseguir una “experiencia de viaje”?
No hablo de este caso puntual, en el que los turistas abandonados parecen tener capacitación en el tema del buceo. Pero me cuestiono si, por ejemplo, la misma persona que tiene una vida sedentaria durante 11 meses del año, con poca o nula actividad física en su día a día normal, se transforma mágicamente en un atleta al volar unas cuantas horas en avión y ya es perfectamente apto para caminar 6 horas entre la selva siguiendo los pasos de su guía entrenado.
Subirse a un avión para salirse de la “vida cotidiana” no nos transforma en más aptos, más hábiles o más arriesgados. Y si eres patoso para conducir tu scooter en tu ciudad, ¿te vas a apuntar a un recorrido en moto por las dunas de Namibia sólo porque están allí?
Exactamente lo mismo podemos decir de otras actividades que trae el tiempo libre o de vacaciones: bailar toda la noche, comer y beber sin límites, subirse a una “banana” o un “parapente” con 40 grados al sol, etc. etc.
Afortunadamente, hay muchos tipos de “turismo“, de “tener una experiencia“. Creo que cada uno debe saber sus propios límites físicos y aspiracionales para aventurarse hasta donde lo dicte su criterio personal. Pero, pensemos un minuto antes de contratar esa excursión que nos llevaría un poco más allá de esos límites.
Foto | Kochneva Tetiana
En Diario del Viajero | Turismo aventura