Muchos de los tours organizados para recorrer Egipto dejan de lado, ya sea por falta de tiempo o por centrarse en otros intereses dentro del país, a lugares como Alejandría, los oásis o la Península del Sinaí. Hoy en Diario del Viajero vamos a viajar al Monte Sinaí.
Desde el Cairo o Alejandría el viajero podrá conseguir por menos de 30 euros un pasaje en los innumerables autobuses que unen dichas ciudades con la Península del Sinaí. Para llegar hasta la bíblica región la mejor opción en tomar un autobus que se dirija hasta la localizadad de Santa Catherina.
Una vez dejado atrás el Canal de Suez a través de la ventanilla podremos divisar innumerables plataformas petrolíferas bordeando la costa del Mar Rojo mientras el día deja paso a la noche. Nueve horas de autobus desde El Cairo finalizarán con la llegada al pueblo de Santa Catherina.
Cuando no son las hogueras las que iluminan la noche, lo hacen las ténues luces anaranjadas que bordean las aceras rudimentarias de pequeños pueblos. Los alrededores de Santa Catherina son un lugar de recogimiento. Se diseminan poblaciones cercanas en las laderas de las montañas. Palmerales se apuestan sobre los lados de la carretera sinuosa. La constelación de Orión gobierna el horizonte, el firmamento muestra sus mejores galas.
El paisaje es desértico y montañoso. Se adivina un pasado oceánico por las formas caprichosas de sus rocas, el color de la piedra y su grado de erosión. Se asemeja claramente al paisaje del desierto del Wadi Rum en Jordania.
La opción más económica para pasar la noche (dormiremos por menos de seís euros) es elegir uno de los varios campamentos beduínos apostados en los alrededores del camino que lleva al acceso a la ruta de ascenso al monte. Cuando el viajero desciende entumecido después de largas horas sobre las carreteras de ripio de la Península se encontrará con muchos lugareños intentándolo convencer de que elijan su hospedaje para pasar su estadía.
Por ello, los viajeros muy previsores no deben preocuparse por llevar reservado ningún tipo de alojamiento. Podemos estar tranquilos de que no pasaremos la noche al raso.
El ascenso al Monte Sinaí tradicionalmente se realiza a la madrugada para de este modo tener la oportunidad de contemplar el amanecer desde la cumbre. Recomiendo dejar atras el Monasterio de Sta. Catherina hacia las dos de la madrugada para ya adentrarse en el sendero de desértico que nos llevará hasta la cima del Sinaí.
Una hilera de camellos apostados a ambos lados del camino surgen de entre la penumbra, casi imperceptibles de no ser por sus resoplidos. La profunda oscuridad hace que debamos tener cuidado para no tropezar con ellos. A nuestro alrededor todo son sombras, las montañas muestran sus siluetas casi amenazadoras. Su perfil afilado, hirsuto, semeja los colmillos de un ser desproporcionado. El entorno es sobrecogedor.
El Monte Sinaí se encuentra al sur de la península que lleva el mismo nombre y tiene una altura de aproximadamente 2.200 m. Pero en este caso la altura es lo de menos. Fue en este lugar donde el Antiguo Testamento relata cómo Moisés recibió de Dios las Tablas de la Ley. Y aunque existen algunas disparidades sobre su verdadera ubicación, no cabe duda de que la región posee un magnetismo espiritual único.
A medida que avanzamos el camino es cada vez más escarpado, la subida se prolonga en un zig-zag demoledor. Poco a poco algunos camellos se hacen hueco entre los peregrinos, obligándoles a torcer su paso. "¡Good Camel, good camel"! vociferan los beduinos con sus ofertas. Muchos visitantes ceden a la tensión de sus piernas y deciden ascender a lomos de algún camélido.
Cuando comienzas a ganar altura se divisan las luces diseminadas de las linternas de otros viajeros que comienzan la ascensión cientos de metros bajo nuestros pies. La visión de esta procesión de destellos llena de perplejidad, asombro y emoción, a todo aquel que se aventura por estas latitudes, al comprobar que tantas personas siguen un mismo "camino". Es como contemplar el reflejo de las estrellas bajo nosotros. Esta será sin duda una de las postales de la ascensión.
Después de tres horas de subia ininterrumpida llega el último escollo. Piedras de forma caprichosa se elevaban en una escalinata casi interminable, obligándonos por el esfuerzo que entraña a agachar la cabeza como si la montaña quisiera que ganáramos la cumbre con humildad.
Ya en la cima y sin haber recuperado aún el aliento, con un frío que parece escapar de las fisuras de las rocas milenarias, nos encontramos a peregrinos postrados contra una de las paredes de la ermita que allí se erige, emitiendo sus plegarias sumidos en un estado de shock.
A medida que se acercaba el gran momento, las oraciones van adquiriendo un tono más vehemente. La cumbre se puebla de personas, muchas de ellas cubiertas con mantas. La temperatura es muy baja.
Y por fin, cuando el sol asoma tímido sobre el horizonte las plegarias se transforman en alegres cánticos invocando a Dios. Muchos acabarán abrazados, cantando y bailando. Creyentes o no creyentes, diferentes culturas y razas, hermanadas ya sea por la religión, por la vida o por la simple salida del sol.
En próximas entradas hablaremos de algunos lugares recónditos de Egipto que bien merecen también una visita detenida.
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