Cada año el despertar del buen tiempo y la primavera se celebra alrededor del globo con vistosas y coloridas ceremonias, más o menos populares. En el continente asiático esta temporada del año es muy importante ya que es un tiempo en el que el monzón perdona y el sol aún no ha abrasado toda la tierra.
Es el tiempo de juntar a las comunidades bajo la misma celebración, el Holi. Pero antes de que llegue el Holi se celebra otra de las reuniones, esta vez religiosa, más importantes de este país, se trata del Kumba Mela. Una celebración que se realiza cada 12 años y que esta vez tenemos la suerte de poder participar en ella.
El grupo formado por cinco españoles entre los que me encuentro, aterrizamos en el aeropuerto de Delhi tras un viaje en dos vuelos 6 y 4 horas de duración cada uno, vía Dubai. La diferencia con España es de cuatro horas y media, suficientes para tener jet-lag e ir del aeropuerto en un rickshaw (pequeño taxi hecho con un clclomotor y un carrito cubierto) directos al hotel.
La primera sensación nada más salir es la bofetada de frío, olores y contaminación que existe en Delhi, cosa que será la tónica para el resto del país. Una vez acordado el precio con el conductor del rickshaw, nos lleva casi hasta donde le decimos ya que siempre quieren hacer que pares en el hotel de su amigo, primo o conocido para llevarse su comisión.
Hay que ser firmes y a ser posible, llevar claro donde te alojarás, al menos la primera noche.Por la mañana nos despertamos pronto y disponemos nuestras fuerzas para viajar hacia el norte, a Haridwar, un pequeño pueblo a orillas del río más sagrado, el Ganges.
La mejor manera de hacer este trayecto es alquilando entre los cinco un vehículo con chófer, cosa que nos lleva unas cuantas horas. Los hindúes regatean e hinchan el precio al turista, por lo que hay que tener paciencia, charlar, tomar el típico “chai” (té), y volver a negociar tras haber visto los vehículos que pondrían a nuestra disposición. Aún así, cuando vayas a recogerlo, puedes encontrarte con sorpresas como que el coche que elegiste no está disponible.
Haridwar, situado al norte de la India, muy cerca de Rishikesh, otro pueblo que hace casi frontera con el Himalaya, es una pequeña población que aumenta su densidad con más de diez millones de fieles que se acercan hasta las orillas del Ganges a realizar sus rezos, abluciones y limpiar sus pecados.
Lo que no saben es que muchos de ellos se llevarán fiebres, hepatitis y otras tantas enfermedades que se transmiten a través del agua. Y eso que este pueblo está muy cerca del nacimiento del sagrado río, por lo que la contaminación de sus aguas aún no es peligrosa.
Salimos al día siguiente en el vehículo pactado, nuestro conductor casi no habla y sospechamos que nos entenderemos muy poco, ya que su inglés es precario y nuestro hindú es nulo. La carretera es infernal como todas en este país.
Los primeros 30 minutos ninguno es capaz de abrir la boca, las imágenes de accidentes pasan por mi cabeza una detrás de otra, la conducción en la India es algo fuera de lo común: pasan tres vehículos a la vez (que pueden ser dos camiones y un bus), por la misma calzada y mágicamente no llegan ni a rozarse.
Aún así, fijándonos en el arcén (por llamarlo de alguna manera) podemos ver que hay ocasiones en las que la magia desaparece y se muestra a modo de cochecitos aplastados por camiones también accidentados.
Los siguientes treinta minutos ya nos hemos acostumbrado y dejamos de decir “cuidado, uisss, ayayay…” El camino es largo y agotador, sobretodo si te toca en la última de las tres filas de asientos de la furgoneta que hemos alquilado. Al anochecer llegamos a este pueblo pegado a la montaña, Haridwar que no nos dejará impasibles, estamos en uno de los corazones de la India, ciudad santa cuyo nombre significa “Ciudad de Dios”.
En Diario del Viajero | India