Kafiristán estába situado en el Hindu Kush al nordeste de Afganistán y fue durante mucho tiempo una de las regiones más innaccesibles, cerradas y misteriosas del mundo. Sus habitantes, los Kafirs, resistieron todas las invasiones y amenazas que se les presentaron, incluso la imparable extensión del Islam por Asia Central durante el siglo VIII.
Retratados por Rudyard Kipling en su libro de 1890 El Hombre que quiso ser rey, y posteriormente por la magnífica y maravillosa película de John Huston El Hombre que pudo reinar (todavía hoy una de mis películas favoritas), lo cierto es que eran un fenómeno extraño ya que, ciertamente, no tenían reyes ni autoridad alguna que aunase a las casi 50 tribus Kafires, que hablaban además doce lenguas distintas.
Totalmente diferenciados de las tribus vecinas, son de pigmentación blanca como los occidentales, tienen rasgos fisionómicos de tipo europeo y los ojos azules y verdes predominantemente (como se puede apreciar en la foto). La leyenda dice que son los descendientes de los soldados de Alejandro Magno, cuyas tropas pasaron por la zona en su camino hacia la India. Eso nunca se ha podido demostrar, pero curiosamente el gobierno de Grecia mantiene en la zona una importante representación que colabora en su desarrollo, y ha establecido allí numerosas escuelas. Así que es posible que algo haya.
El primer occidental que logró penetrar en Kafiristán fue el cartógrafo británico William McNoir en 1883. En 1890 el coronel George Robertson pasó entre los kafires todo un año, publicando después un interesante y extenso estudio antropológico.
En 1896 casi toda la zona fue conquistada y convertida al Islam por el emir Abdur Rahman Khan, que renombró el país como Nuristan (nombre que lleva hoy la provincia Afgana). Pero, como suelen decir los creadores de Asterix: ¿Toda? No, un pequeño territorio de tres valles, Birir, Bumburet y Rumbur, quedó protegido bajo la linea defensiva construída por los británicos. La Linea Durand permitió que esos territorios kafires quedaran a salvo en el actual Pakistán. Sus habitantes, ahora denominados Kalash, siguen siendo temidos y respetados. Y además el gobierno pakistaní limita la acción proselitista de los mulahs islámicos, debido a que la singularidad de los Kalash atrae al turismo y genera divisas importantes. No obstante han aparecido en los últimos años movimientos integristas cercanos a los talibanes afganos que ponen en peligro la supervivencia de la antigua religión kafir.
Los tres valles de los Kalash son muy fértiles y los ríos caudalosos. La principal ciudad de la zona (fuera de los tres valles) es Chitral, un conglomerado donde conviven los Kalash que tienen su propia religión tradicional, con la población convertida al islamismo. Curiosamente esa religión tradicional de los kalash tiene muchas semejanzas con la antigua mitología griega.
A finales de mayo celebran el Joshi, un festival de primavera en el que ofrecen libaciones de leche. Dura entre 4 y 6 días.
En Septiembre y octubre celebran el Uchau, donde lo más importante son los bailes tradicionales, y que coincide con la vendimia.
En diciembre celebran el solsticio con la fiesta Chaumos, la principal de la región. Dura unos diez días. La participación está prohibida a los musulmanes, pero no a los extranjeros que no lo sean.
En el valle de Bumburet, según dicen el más bonito de los tres, tenemos varias opciones para alojarnos, en hoteles regentados por musulmanes. Una ruta interesante parte de lo alto del valle y conduce al paso de Shawal en la Ruta de la Seda.
Al norte de Bumburet está Rumbur, menos visitado y por tanto las gentes parecen ser más amables, fuera del estress en el que viven sus hermanos de Bumburet.
Birir es el patito feo de la zona, el que está a menor altitud, pero quizá también el más misterioso de todos.
Para poder visitar los tres valles los turistas deben pedir un permiso en el Deputy Commissioner de Chitral, que no tiene coste económico. Pero luego nos cobrarán una pequeña tasa a la hora de acceder a la zona.
Sitio Oficial | Kalash Valley