Hace dos años que estuve en esta ciudad, en plena celebración del Holi, pero esta vez no me moveré del hotel hasta que no pase el jaleo, tengo toda la ropa llena de colores y cuando me sueno la nariz...¡sale más color! Necesito descansar.
Por la tarde la ciudad está muy tranquila y lo mejor es visitar sus calles. Todos los habitantes están descansando de una mañana de festejo, muchos acuden poco a poco a los ghats. Paredes y puertas llenas de polvos rosas, el agua de las acequias de color bermellón...agua que va a parar al este río.
Y allí me dirijo, al río sagrado, la gente está lavando sus ropas y sus pieles, intentando quitarse los colores de la celebración. Los monos se acercan a robar lo que más les llama la atención, la comida, las flores de las ofrendas y las gafas de sol que llevamos en la cabeza los despistados turistas.
Los perros están pintados de colores también y a esos no los lava nadie, pobrecillos, están llenos de pulgas y garrapatas, con sarna, sucios y desnutridos, pero no he visto aún a ningún hindú pegar a un animal y eso les honra, aunque sea por cuestiones religiosas.
Para disfrutar del relax y la calma, lo mejor es dar un paseo en una barca típica, descalzos, a la sombra de la cubierta de lona. El agua está marrón pero a los niños parece no importarles y juegan y se bañan en el río. Un señor muele algo parecido a la henna marroquí, otro repite unos mantras sin respiro. La vida en la orilla del río empieza a animarse.
En la India, todos rezan, tienen dignidad aún siendo pobres, muy pobres y eso es algo que me llamará la atención durante todo el viaje. Desde la barcaza se puede apreciar lo que debió ser esta ciudad.
Las fachadas de piedra son impresionantes, llenas de filigranas, las puertas de madera ricas en colores y remaches, los candados que las adornas de formas y tamaños variados, pero todo es decadente y sin cuidar, es la lacra de la India, parece que siguen varios siglos atrás y nadie se ocupa de lo que les rodea.
Es increíble ver como se cuela la luz en las callejuelas, dándonos imágenes casi fantasmagóricas al recortar las curiosas siluetas de los más pobres de la ciudad, con sus túnicas llenas de polvo de colores. Las puertas están cerradas, algunas llevarán así años, pintadas, polvorientas. Los perros duermen a su lado agotados, seguro que de tanto correr delante de los jóvenes de celebración.
Antes de ir hacia el hotel pasamos por un templo vacío en su interior, como todos aquí, pero lleno de monos que comen el arroz de las ofrendas, lo bautizamos como "El Templo de los Monos" y probablemente lo sea. Está construido en terracota, la luz del interior es espectacular.
Una rata descansa en una barandilla, para ellos (los que practican el hinduismo) es junto con las serpientes uno de los animales más sagrados, venerados y respetados.
Una vez más hemos pasado el Holi, esta vez sin que nos pongan perdidos. Mathura se va despertando poco a poco según cae el sol, en el hotel nos esperan unos noodels, unas dosas, una ensalada de tomate y rábano blanco sin aceite de oliva y cerveza fría (lo he conseguido, me la traen por unas 140 rupias y la tiene bien fresquita). Nos la la bebemos en la habitación, en el comedor del hotel, está prohibido.
Mañana viajamos en tren hacia Agra, estamos cansados (como no, la India no te deja que te relajes con tanto regalo para la vista y el olfato), pero contentos, ha sido un día muy intenso.
Caminos de India
1. El Kumba Mela
2. De Haridwar a Rishikech
3. Rishikech y la meditación
4. Mathura
5. Barsana
6. Falen
</p><p>Imágenes | Alicia Sornosa y <a href="http://www.amulero.com/amulero2007/">Antonio Mulero</a></p>
En Diario del Viajero | India