Llegamos a Agra en uno de los transportes típicos y más puntuales, el tren. Sacar los billetes es una odisea, pero lo hemos conseguido. Viajamos en segunda, es como ir en autobús, sin aire acondicionado, pero es tan solo hora y media de trayecto y podremos aguantarlo.
Normalmente en las estaciones de tren hay una oficina o ventanilla que está reservada para turistas. El que te atiende sabrá hablar inglés y como no, tu precio del billete es diferente al resto. No te olvides de preguntar las veces que sean necesarias que cual es tu andén, número de tren y a que hora sale, en el billete o la información de la estación no está tan claro como parece.
Durante el camino vuelvo a comprobar que en India no queda tierra vacía, los campos de cultivo con las mujeres trabajando se unen a los pueblos, a los mercados y más pueblos y caminos. Es precioso el contraste de estas mujeres trabajadoras con los vivos colores de sus saris y el amarillo del trigo o la cebada que cultivan.
Al salir del tren, en Agra, la estación es otro hervidero de gente, todas las culturas y religiones de la India se mezclan en los andenes, los turistas con cara de despistados son “atacados” por los conductores de taxis y rikshaws que ofrecen sus servicios. De nuevo la picaresca hace que te quieran llevar a lugares que no deseas a precios que equivaldrían a varios meses de salario de cualquiera de ellos.
Nos subimos en un rikshaw no sin antes pactar el precio y decidimos pedir que nos lleve a un buen hotel, tranquilo, cerca del Taj Mahal, donde no se oigan los coches, bocinazos y demás ruidos de la vida cotidiana. El conductor parece simpático y nos lleva a un buen hotel, rodeado de un maravilloso jardín de césped perfecto, con árboles de sombra, mesitas y habitaciones tipo bungalow. No se oye nada y además, tienen internet gratis.
Dejamos las mochilas, nos damos una ducha y de nuevo a visitar la ciudad. Esta vez sin llegar a entrar en el centro. Como no veremos el Taj Mahal, pero antes otro de los monumentos de esta ciudad de paso. El Fuerte Rojo, una impresionante fortaleza habitada en un 80% por soldados, es decir, que en su mayoría sigue siendo militar. El resto que no es poco, es lo que nos dejan ver a los turistas.
Fue construida entre 1565 y 1573 y ha sido habitada por varios dirigentes y militares. Aunque está en su mayoría construido en arenisca, con murallas y fosos, dentro se encuentra un bonito y gran palacio de mármol blanco, con jardines en los que hubo hasta vides en su tiempo
También tiene una enorme sala de audiencias con vistas al río, de piedra roja y revestida de estuco, con numerosos arcos y columnas, donde se disponía el emperador durante las asambleas, decorado con espejos y piedras semipreciosas de las que quedan unas cuentas que te permiten imaginar la riqueza de estos dirigentes en esas épocas.
Todo está rodeado de jardines inmensos y desde más de una ventana se ve al fondo el Taj Mahal. Inmenso, impresionante. Tras hora y media larga disfrutando de las sombras de las construcciones, de ver murciélagos entre los techos, ardillas y perros, además de turistas, nos vamos al Taj Mahal, pero esta vez, lo veremos desde otro ángulo.
Como ya conozco este magnifico monumento funerario, en el que entrar es cambiar de país, de lugar, con todo limpio, mimado y lleno de turistas, decido verlo desde “la puerta de atrás”. Una manera de verlo también auténtica, además sabremos que se esconde detrás de esta grandiosa construcción, una imagen que no suele ser la conocida.
El conductor del riksaw con el que habíamos quedado nos viene a recoger a la hora en punto (son muy puntuales estos hindis) y nos lleva al otro lado del Taj Mahal. De camino por una carreterucha vemos un hombre en el suelo tumbado, casi en el margen de la carretera. El conductor nos dice que está muerto, que con el Holi y el alcohol mueren muchos, se quedan fríos y sin comer en la calle. Un escalofrío recorre mi cuerpo y me pregunto cuanto vale una vida en India, realmente muy poco.
Separados por el río Yamuna vemos el reflejo de esta monumento que tardó ventidós años en construirse, a base de mármoles del Rajastán transportados en elefantes y gracias a los más de veinte mil trabajadores que lo levantaron.
Pocos turistas estamos “en la parte de atrás”, muchos haciendo fotos a lo que va a ser una preciosa puesta de sol. El Taj Mahal va cambiando su blanco marmóreo por el naranja, el rojo y el rosa, según cae el Astro Rey. Magnifico, no pagar los casi 20 euros al cambio que nos cuesta entrar a los turistas ha merecido la pena, pero si es tu primera vez en Agra, no debes dejar de pagarlos y entrar, merece la pena.
Mientras tanto para entretenernos, una naturaleza siempre exuberante en India nos regala la lucha entre un perro que ha “cazado” una rapaz (no sabría que raza de ave es, creo que un halcón) y el montón de cuervos que vuelan sobre el perro por si pueden arrebatársela. Otros halcones se acercan y los cuervos les atacan y echan de su territorio, el perro mordisquea nervioso la poca carne que tiene el pájaro.
En la India pasan hambre todos los seres vivos, es increíble. De vuelta al hotel recuerdo el cadáver del hombre, pero también la belleza del Fuerte Rojo y el Taj Mahal, Agra me disgusta, es muy sucia, huele mal y hay mucho, mucho ruido.
Pero como irse con un sabor amargo de una ciudad no es lo mío, me cuelo con otro de mis amigos, Juan, entre las callejuelas pestilentes y llegamos a una barbería donde el día anterior ha disfrutado de un masaje facial. Es como un pequeño garaje de no más de tres metros de profundidad con un espejo en el fondo, un mostrador, luz y una silla de barbero.
¡Me apunto! Aunque como siempre con un público expectante al rededor, me dejo en manos del barbero que llega incluso a masajear mis oídos con un aparato vibrador que da un poco de miedo. El resultado, relax total. Los niños y no tan niños, como diez personas, han estado viendo todo el proceso, mi masaje y el de María, que también nos acompaña.
Cenar o comer en Agra puede ser peligroso, nunca lo hagas en los pequeños restaurantes que rodean los monumentos y siempre en lugares que estén limpios y con mucho movimiento de gente. Un arroz cocido en agua sucia, o destapado al fuerte calor y humedad reinantes, pueden hacer que caigas enfermo con gastroenteritis o salmonela y tres días en un hospital privado, con suero y alguna medicina puede costarte más de 1.500 euros.
Por lo menos aquí al ser una ciudad importante de paso, de comercio y turismo, encontramos carne (pollo) y cerveza. Hay muchos lugares con comida nada picante y a unos precios asequibles. El conductor del ricksaw nos lleva a los lugares en los que se saca comisión, pero entre tantos, elegimos el que más nos gusta, otra parte del grupo decide cenar en el hotel.
A dormir, que se hace tarde y mañana hay que viajar a la ciudad rosa: Jaipur.
Caminos de India
1. El Kumba Mela
2. De Haridwar a Rishikech
3. Rishikech y la meditación
4. Mathura
5. Barsana
6. Falen
7. De vuelta a Mathura
Imágenes | Alicia Sornosa y Antonio Mulero