No se celebra en Nochebuena ni en Navidad, sino el 31 de diciembre. Tampoco venera a una figura de pesebre y cara angelical, sino a la de un Niño Dios vestido de alcalde. El Tinkunaco se realiza el último día de cada año en la ciudad de La Rioja, Argentina.
Se trata de una de las celebraciones religiosas más curiosas del país, y para entenderla hay que comprender que los pueblos autóctonos de esta parte de la Argentina no recibieron de buena manera el afán de los evangelizadores del siglo XVI. Las tribus indígenas que poblaban la provincia recibieron instrucción católica bajo la advocación de San Nicolás de Bari, pero se negaron a someterse por completo a las nuevas creencias.
La historia nos dice que el Tinkunaco, voz quechua que significa "encuentro, fusión o mezcla", revive los acontecimientos sucedidos en la Pascua de 1593: Los diaguitas no soportaban más el mal trato de los españoles y resolvieron atacar la ciudad. Unos 9.000 indios conducidos por 45 caciques tomaron el fuerte de Las Padercitas.
Ante esta situación los españoles recurrieron a los oficios de San Francisco Solano, quién logró restablecer la paz. La ciudad de La Rioja tenía presencia de franciscanos, mercedarios, los dominicos, jesuitas con sus respectivos edificios que rodeaban la plaza principal. Los mismos que hoy en día son testigos de esta ceremonia "inventada" por los jesuitas.
Los jesuitas recogieron esta resistencia y la revistieron de forma práctica, combinando los elementos indígenas con el culto católico. La liturgia se conformaba con una cofradía de indígenas devotos a San Nicolás (patrono de la ciudad) y el Niño Dios vestido de Alcalde. Eligieron al más respetado de los indios convertidos, le dieron la investidura de un rey Inca y le asignaron el gobierno inmediato de todas las tribus sometidas.
Doce ancianos llamados "cofrades" formaban el Consejo del Niño, similar al colegio de los sacerdotes que asistía a los reyes de Perú, mientras que la figura de los Allís representaba a la clase popular que, reconociendo la autoridad del Inca, le rendían culto al Niño Dios vestido de Alcalde del Mundo. Los caciques de cada tribu obtuvieron el título de "alféreces o caballeros de la orden", una especie de guardia montada que obedecía al gobierno local. De esta manera se unía el pensamiento religioso y político, sentando las bases de un gobierno católico.
Siempre prácticos, los jesuitas.
No es un Niño Dios bebé, sino que parece un niño de ocho años, de ojos azules, mejillas gorditas y sonrosadas y una larga cabellera de rizos dorados y viste una chaqueta de terciopelo negro bordada con hilos de oro. Sobre la cabeza tiene un llamativo sombrero con plumas color azabache y en su mano derecha lleva un bastón de mando similar al que usaban los alcaldes en la época colonial.
La comitiva del Niño va encabezada por el Inca y los dos cofrades que le escoltan sostienen sobre su cabeza un arco forrado de tul entrecruzado por cintas de seda desde donde cuelgan espejos de colores.
Detrás de ellos llegan los Allís: un séquito de promesantes que calza sandalias de cuero sin curtir llamadas ushutas. Al cuello llevan una especie de escapulario adornado con encajes, dijes, rosarios y espejos que les cubren por completo el pecho y espalda. Ajustada a la frente llevan una cinta o vincha adornada con puntillas y espejuelos, desde donde caen, a modo de cabellera, decenas de cintas de seda de varios colores.
Las procesiones se siguen en paralelo alrededor de la plaza. La del santo, vestidos de civil conuna banda azul que les cruza el pecho y la espalda, adornada con encajes y flores. En silencio. La del Niño, batiendo la caja como único sonido que se escucha en toda la plaza junto a los cantos en quechua. Dos procesiones, saliendo de lugares distintos, pero dirigiéndose hacia un mismo lugar: la Casa de Gobierno.
El encuentro de ambos grupos se realiza allí, donde los fieles del santo y todos los asistentes se arrodillan ante el Niño Alcalde para reconocer su autoridad. Entonces el alcalde actual entrega al Inca una llave de madera tallada como símbolo de ese reconocimiento.
Esta fiesta cívico-religiosa se repite cada año en la plaza central de La Rioja. Y ¿por qué se realiza el 31 de diciembre? Porque esa era la fecha en que tradicionalmente los españoles en América realizaban el cambio de autoridades. Curioso. Como detalle les comento que esta ceremonia, en pleno mediodía riojano de verano, puede realizarse a mas de 35 grados de temperatura al rayo del sol.
Foto | Secretaría de Turismo de La Rioja Video | Youtube En Diario del Viajero | Encuentran un yacimiento arqueológico gracias a Google Earth