Hoy vamos a trasladarnos a un encantador pueblecito que parece haber sido teletransportado de Holanda hasta Iowa, en Estados Unidos. Iowa es un pintoresco estado por muchas razones. Por ejemplo, el estado que produce más soja para su país prohíbe a los hombres con bigote besar a una mujer en público. Aunque es muy probable que esta ley ya no se aplique con demasiada severidad, afortunadamente.
Y a unos setenta kilómetros de Des Moines, aparece una suerte de espejismo holandés: Pella.
Pella, pues, conserva el espíritu europeo de sus fundadores holandeses. Incluso uno se puede encontrar con plantaciones de tulipanes (con su respectivo festival en su honor) y un molino de viento de aspas blancas y cuerpo verde, sin contar con los comercios con aires holandeses, llamados, claro está, Van Eych, Pardekooper o Jaarsma.
Una localidad pausada, ordenada y europea, un rara avis estadounidense, cuyas calles se hallan flanqueadas por casas de madera con pequeños molinos de viento en las puertas y rematadas por cúpulas. Uno intuía que en cualquier esquina podía toparse con un coffe shop que le suministrará marihuana, con Van Gogh colocándose para olvidar lo feo que es, pero enseguida se descarta la idea habida cuenta de las draconianas leyes estadounidenses en lo relativo al consumo de estupefacientes.
¿Qué ver?
También es de obligada visita la Pella Opera House, construida en 1900, que cuenta con impresionantes vidrieras y una cubierta metálica de alambicada decoración. Una réplica de canal holandés atraviesa la Molengracht Plaza, entre jardines, tiendas, cines y restaurantes.
Otra opción es visitar Pella mientras se celebra el festival Tulip Time (primer fin de semana de mayo). Hay concursos de flores, jardines de tulipanes, folklore holandés, actuaciones, artesanía, música y cabalgatas. Sin embargo, cuidado, que ya os he avisado que el estado es bastante restrictivo con sus leyes: No drugs, no alcohol, no abortion, no regrests.
En definitiva, un pueblecito ideal para tomar asiento en porche a dos aguas de un pequeño motel de ladrillo rojo. Y abismarse en la exploración del New York Times dominical (con sus vistosos suplementos de reformas domésticas, cocina o anuncios de los cachivaches más horteras o inútiles que uno pueda concebir, como unos mondadientes de plata o un Oscar de pega al mejor padre del año por 6,95 dólares). Respirando hondo la fragancia de madreselva, y notando el calor de rescoldo del sol matutino.
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