Nueva York es la ciudad de las ciudades. Todo está en Nueva York, lo peor y lo mejor. Quien no ha ido nunca a Nueva York no ha viajado de verdad. Es un plató de cine natural, y también está jalonado de rincones culturales y artísticos de toda índole. Las tiendas más caras, las más raras también, los restaurantes más recomendables del mundo, los supermercados mejor surtidos… un crisol de culturas que ni un anuncio de Benetton.
Y tan variopinto es Nueva York que incluso puede ofrecer material suficiente para componer una guía temática tan especializada que solo ofrezca todo aquello que pueda adscribirse bajo el epígrafe “hipster”. Así lo ha entendido, al menos, Mario Suárez en Nueva York hipster, y yo apoyo la moción: Nueva York también es profundamente hipster, y no solo en determinadas zonas como el Greenwich Village o Tribeca, sino en todo Nueva York al completo
Definir a un hipster es tan difícil como coger un puñado de arena con la mano y pretender que ningún grano se cuele entre los dedos. La acepción de hipster es necesariamente porosa, multiforme, cambiante y polisémica. Con todo, vamos a intentarlo.
Un hipster es un modernillo que está a la ultima, pero también es un poco gafapasta, un cool intelectualoide que consume cine y música independientes, un tipo que gusta de ponerle filtros de Instagram a todo (incluso a su propia ropa, adquirida de segunda mano en mercadillos por precios que superan a la ropa nueva), coleccionista de elementos vintage, con tendencia a convertir lo simple en abstruso pero tratando de que siga pareciendo simple, mezclando estilos antiguos con lo último en arte. Es un tipo voluntariamente desclasado, que circula en bicicleta, a lo mejor lleva sombrero, la ropa no es siempre de su talla. Casi siempre lleva barba o bigote. Si fuman, mejor en pipa o tabaco de liar. Amante del arte y la subcultura. A veces vegano. Respetuoso con el medio ambiente.
A veces, el hispter escribe con una Remington o escucha vinilos, a la vez que tuitea con un iPhone o se apoltrona en un Starbucks a teclear con un MacBook.. Todo eso y mucho más es un hipster. Todos, de hecho, tenemos algo de hipster. Aunque un hipster tiene tanto de ser humano porque, solo con los simios, ya compartimos el 99 % del ADN, y con los ratones, el 90 %. ¿Cómo no compartir ADN con un hipster?
Así pues, Nueva York hipster huye un poco de los lugares típicos que todos visitamos en nuestra primera vez en la Gran Manzana, introduciéndose en los que frecuentan los propios neoyorquinos. Aunque también se incluyen algunos clásicos, como el Katz´s, en 205 East Houston Street, donde se tiene que ir siempre que llegas a Nueva York para zamparte un sándwich de pastrami y un newyork cheescake.
Algunos de los lugares que he descubierto y que seguro pisaré en mi próxima visita a Nueva York son, por ejemplo, el No Name Bar, en 597 Manhattan Avenue, un restaurante con un gran jardín interior donde comer hamburguesas, quesadillas o nachos, lleno de barbudos y viejas estrellas del rock, además de otras tribus underground. Y, como su propio nombre indica, el No Name Bar no tiene cartel en el frontispicio, ni tarjetas de visita, ni nada que lo identifique.
Para culturizarme, la librería Bluestockings, que quienes conozcan un poco la historia del feminismo enseguida identificarán, gracias a su nombre, como un piso franco. Está en 172 Allen Street, y además de librería es un punto de reunión de intelectuales lesbianas y cafetería. Las paredes están decoradas con carteles que rezan pensamientos progresistas, como una leyenda en la puerta que dice: “Edward Snowden is welcome here”.
Para comprar, una de las tiendas de ropa más famosas del Lower East Side: Odd, en 164 Ludlow Street. Se caracteriza por su estética en blanco y negro, así como por las corrientes estéticas mod, siniestra o punk que ofrecen.
Uno de los sitios que también aparecen en el libro, y que por casualidad tuve la ocasión de probar justo después de localizar la estación de bomberos de 10 North Moore Street, el cuartel de los Cazafantasmas, fue Bubby´s, en 120 Hudson Street, en Tribeca. Queda bastante alejado de los circuitos turísticos, pero vale la pena (y no solo porque al lado quede ese icono cinematográfico de los ´80). Como buen local hipster, todo parece decorado tras un filtro de Instagram, la comida es sana y sabrosa, y todo está jalonado de curiosidades hipster, nerd, geek y demás (os recomiendo una visita a los servicios).
En definitiva, una guía diferente, moderna, nada apolillada, perfectamente ilustrada con fotografías, una edición en tapa resistente a los grandes viajes (aunque un poco grande para llevarlo siempre contigo). Perfecta para los hipsters y para los que no lo son. Tanto.
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