Uno de los rasgos distintivos de San Francisco es la diversidad. Diversidad en todos los sentidos, y en todos los ámbitos. Diversidad en las ideas, en las actitudes y hasta en las cosas que puedes comprar o comer, como os expliqué en la anterior entrega de este monográfico sobre California.
También encontré diversidad en los taxis, tal y como descubrí nada más abandonar el SFO (San Francisco Airport). Por lo general, cuando desembarco en una ciudad nueva, la flota de taxis se agrupa con un color identificativo. Por ejemplo, en Nueva York son amarillos (¿os acordáis de Taxi Driver?) porque el fundador de la empresa Yellow Cab Company, John Herz, leyó un estudio de la Universidad de Chicago que señalaba que el amarillo era el color más fácil de localizar.
Sin embargo, en San Francisco no piensan así. La diversidad es un factor más importante que la facilidad del usuario a la hora de localizar un taxi. Por eso, nada más echar un vistazo a la hilera de taxis que aguardaban la salida de los viajeros del SFO, reparé en taxis verdes, blancos, rojos, etc. Cada color, eso sí, corresponde a una compañía en particular. Algo es algo.
Llegamos a la ciudad casi a las doce de la noche después de un viaje a gran velocidad trufado de adelantamientos peligrosos y violaciones del código de circulación que fácilmente provocan que tus gónadas se escondan en el interior de tu cuerpo. Hasta la garganta. Los taxis al centro de San Francisco cuestan de $35 a $50 dólares estadounidenses, más propina, por cierto.
A pesar de la oscuridad y la escasa actividad del barrio donde nos hospedaríamos (San Francisco sí que duerme, a diferencia de Nueva York), enseguida nos dimos cuenta de otra clase de diversidad que concernía a las calles de esta ciudad. Particularmente la que afectaba al trazado e inclinación de las calles. Y es que San Francisco está edificada en un lugar donde hay más de cuarenta colinas (Twin Peaks es una de ellas). La calle más tortuosa que podáis imaginar, Lombard Street, también está aquí.
Y, por si las subidas, bajadas y zigzagueos no fueran suficiente, la ciudad también está continuamente amenazada por terremotos, y los geólogos pronostican la llegada del The Big One, el gran terremoto que lo mandará todo a tomar por saco.
Las calles, eso sí, son anchas y no están tan atestadas de tráfico como cabría imaginar (en San Francisco se puede pasear e ir en bicicleta, a diferencia de Los Angeles). Las casas son bajas, y algunas fachadas son victorianas (en algunos tramos recuerda a Londres). El Pacífico a un lado y la bahía al otro. Hippies, hipsters, millonarios, vagabundos y nerds de Silicon Valley, Berkeley y demás comparten la vía pública de una forma bastante proporcional (si bien existen los consabidos guettos de toda gran ciudad, como el gigantesco Chinatown).
Nosotros nos alojaríamos en casa de unos amigos, en Leavenworth St:
Y es que en determinadas zonas de la costa oeste de EEUU se da la circunstancia de que hay un clima muy templado. En San Francisco, por ejemplo, puede que no tengas ni un ápice de calor en agosto. Sin embargo, si viajamos unos minutos en coche hacia el interior, nos encontraremos con el caluroso desierto.
Una ley quiere evitar que la gente construya en esta costa oeste templada para preservar la ecología del lugar, sin embargo los efectos secundarios están siendo más devastadores para la ecología: dado que hay escasez de viviendas y que no se pueden construir más, el precio sube, y eso obliga a la gente a comprarse casas en complejos residenciales de las afueras, cada vez más en el interior, o directamente a emigrar hacia zonas más calurosas. Para mantener habitables estas casas, los sistemas de climatización consumen tanta energía que han convertido esta región de EEUU es una de las más marrones del país. Al final la solución parece haberse convertido en el problema.
Así de variable y diverso es el tiempo en San Francisco: ¿tienes frío? 5 minutos de viaje y calor. ¿Está soleado? Vuelves a mirar y está nublado. Y así. Diversidad a granel, variedad a tutiplén.
En Diario del Viajero | Instantáneas de California
Fotos | Sergio Parra