Si viajamos al África central, en la parte africana del Gran Valle del Rift (donde surgió la humanidad), encontraremos un lago como otro cualquiera. Se llama Lago Kivu. Es grande, unos 2700 km, con una profundidad de 480 metros y una altitud de 1500 metros. Baña las costas de los poblados de Bukavu, Kabare, Kalehe, Saké y Goma del lado congoleño y Gisenyi, Kibuye y Cyangugu en Ruanda. Pero, aparte de ser un lago bonito, aparentemente no tiene nada especial (a pesar de que se dice que aquí fueron arrojadas la mayoría de las víctimas del genocidio de Ruanda). Aparentemente. Y es que el lago, de forma espontánea, tiene la manía de explotar de vez en cuando.
La razón de este insólito comportamiento hay que buscarla en las grandes cantidades de metano y dióxido de carbono que alberga en sus aguas. Provendría de la transformación de CO2, liberado por las rocas volcánicas, por las bacterias. El cambio de temperatura produce que salga el dióxido de carbono hasta la superficie, a tal velocidad que la presión disminuye y el dióxido se libera, forman burbujas y formando también un gas que se expande hasta causar la muerte de los peces. La explosión también produce un pequeño maremoto.
Además de este lago existen dos lagos explosivos en el planeta, el Lago Monoum y el Lago Nyos, ambos en Camerún y que explotaron en 1984 y 1986 respectivamente.
Vía | Recorrer el mundo