El delicado equilibrio entre preservación y accesibilidad al turismo, del cual hemos hablado en otras oportunidades, aparece nuevamente en las primeras planas (o debería) al tratarse el tema de la Antártida.
En los últimos tiempos el flujo de turistas hacia el continente helado ha ido en aumento sostenido. De los poco más de 6.000 personas que llegaban al extremo sur en el año 1990 (gran parte llevados por intereses científicos), se ha llegado a más de 26.000 en la última temporada 2005/2006 del verano austral.
Está por comenzar una nueva estación alta de visitantes. Y se anuncia la llegada de un gran curcero de pasajeros que zarpará de Rio de Janeiro en enero próximo con más de 2.200 pasajeros y 1.100 tripulantes. Los cruceros que hasta ahora se llegaban a las aguas protegidas de la Antártida, no superaron los 200 personas en total.
Estamos frente a un posible impacto medioambiental de grande dimensiones. La fauna típica del lugar (cormoranes, pingüinos, elefantes marinos, etc.), los sitios de apareamimento y cría que viven su mayor actividad en esta época, poderían verse perturbados por la llegada de grandes cantidades de personas a un mismo momento.
Quienes vivimos cerca de un puerto de paso de estos grandes cruceros, vemos la marea humana que baja de las embarcaciones para disfrutar de las horas de visita en ese lugar. ¿Podríamos imaginarnos algo similar en el paisaje único y protegido de la Antártida?
Vía | El Periódico de Aragón