Hay costumbres que, si bien en apariencia no revisten mayor trascendencia, por azares históricos acaban constituyendo un importante impulso a fin de que una nación sea próspera. E incluso salve su vida, literalmente.
Es el caso de tomar el té con pastitas de las 5 de la tarde. Esa costumbre británica tan atildada, tan amanerada, que nos recuerda a señoritos victorianos capaces de soltar un gritito de escándalo hacia un vello púbico, y que ya forma parte indisoluble de la cultura británica, como podemos ver, por ejemplo, en el cómic Asterix en Bretaña, donde los bretones interrumpen una batalla contra los romanos para tomar el té. De hecho, la adicción de los ingleses por el té fue uno de los grandes propulsores de la Revolución Industrial.
Qué duda cabe de que Gran Bretaña es el país donde se han producido las más importantes revoluciones científicas, y también ha sido el motor histórico del desarrollo tecnológico. La razón no estriba en que Gran Bretaña alumbre a más genios que en otros lugares del mundo. Sí, tuvo sus genios, como Michael Faraday o Humphry Davy, también instituciones de primer orden que fomentaron la innovación, como la Royal Society, pero esos genios no serían tales si Gran Bretaña no albergara un ecosistema propicio.
Es decir, la razón última de la brillantez de Gran Bretaña no estriba en el número de genios que alumbra, sino en su ecosistema, que permite que los genios florezcan y, además, interactúen entre sí para producir mejores ideas. Los mejores ecosistemas para generar ideas y avances tecnológicos son las ciudades grandes, y en Gran Bretaña nacieron las ciudades más densamente pobladas del mundo.
La razón la arguye el historiador Gonzaldo Ugidos en su libro Chiripas de la historia:
La razón era que para tomar el té había que hervir el agua, lo que mataba las bacterias y la leche materna resultaba completamente aséptica. Ninguna otra nación consumía tanto té como los británicos. Según Alan McFarlane, esa afición a la infusión fue la clave para que la Revolución Industrial naciera en las islas Británicas antes que en ninguna otra parte.
Ahora cabe preguntarse de dónde nace esta afición al té. Aunque resulte increíble, los ingleses eran adictos al café igual que sucedía en otras partes de Europa, y gran parte del mundo. De hecho, los historiadores como Tom Standage, en su libro Historia del mundo en seis tragos, sugieren que la proliferación de cafeterías, así como de la droga psicoactiva del café, fomentaron las reuniones intelectuales heterodoxas, la recombinación de buenas ideas, y el florecimiento de revoluciones de toda índole. Sin embargo, los británicos se pasaron inesperadamente al té.
Se toma con pastas. No como el café, que marida mejor con el croissant, que es el símbolo de la pastelería francesa, pero nació en Austria. (No son infrecuentes esas expatriaciones que parecen bromas del azar: como todo el mundo sabe, el chotis es madrileño, pero nació también en Austria, allí lo escribe Schottisch, que significa “escocés”. El té es tan británico como Sherlock Holmes pero tiene su origen en la India. Lo mismo pasa con el fish and chips: el pescado frito lo tomaron los judíos portugueses y las patatas fritas de los belgas.
Así de decisivas resultan algunas costumbres o tradiciones que, en apariencia, no parecen importantes. Y cuando viajamos a algún lugar, no sólo debemos adoptar dichas costumbres para probar cómo viven los demás, sino también estamos obligados a tirar del hilo de la historia que hay detrás: sólo así descubriremos lo que se esconde bajo la superficie del lugar que visitamos, las personas que miramos, y las costumbres que han cristalizado socialmente. Incluso en el caso de tomar el té de las 5.
Fotos | Wikipedia En Diario del viajero | Cómo tomar el té a la inglesa