
Papúa Nueva Guinea merece al menos una visita en la vida por sobradas razones. Sus culturas parecen aisladas del mundo. Hay aborígenes que aún se rigen por los Cultos Cargo. Por allí queda Vanuatu, considerada como uno de los lugares más felices de la Tierra. Y, sobre todo, es la mayor pesadilla para alguien que no tenga don de lenguas.
Y es que en la coste nordeste de Papúa Nueva Guinea podemos encontrarnos cada pocos kilómetros con una tribu con sus propio idioma: korak, brem, wanambre. Son lenguas tan diferentes entre ellas que resulta ininteligible para las otras tribus. Como si todos se hubieran empecinado en no quererse entender con los demás.
Si ahora en España tenemos tantos problemas lingüísticos con un simple puñado de idiomas, imaginad lo que ocurriría si tuviéramos más de 800. Así es Nueva Guinea. Probablemente el lugar más fragmentado culturalmente del mundo.
Es decir, una densidad lingüística diez veces más elevada que la de Papúa Nueva Guinea, que ya es muchas veces más densa que el resto de los países del mundo.
A pesar de que comparten en mismo nicho geográfico, los habitantes de esta región se empecinan en aislarse culturalmente, aunque ello comporte que no se entienden con los vecinos, que no tienen posibilidades de salir de su pequeño reducto cultural. El antropólogo Don Kulick describe así la situación en el libro Conectados por la cultura, de Mark Pagel:
Las comunidades papúas han fomentado de forma expresa la diversidad lingüística porque reconocen que el idioma es un indicador destacado de identidad de grupo […] Cierta comunidad [de hablantes de la lengua buian], por ejemplo, ha trocado todas las concordancias de género de su idioma a fin de hacer el masculino y el femenino de un modo completamente opuesto al que emplean los dialectos de su misma lengua que se dan en los pueblos de las inmediaciones. Otras sustituyen vocablos antiguos con otros nuevos a fin de “diferenciarse” de las variantes vecinas.
Foto | Toksave