Conservar la autenticidad, en una ciudad repleta de turistas, no es fácil. Lo hemos visto en el centro de muchas capitales, los comercios de siempre van dando paso a negocios enfocados al viajero, y los pisos dejan de estar habitados por los vecinos para convertirse en alojamientos vacacionales.
Permanecen las fachadas, el esqueleto. La belleza de unas calles que siguen atrayendo cada día a más gente, como un decorado que imita lo que un día fueron y ya no son. Venecia es uno de los ejemplos más representativos. En sus casas quedan solo 50.000 habitantes, mientras cada año reciben 30 millones de turistas, unos 80.000 al día.
Nápoles, con 2,7 millones de visitantes anuales, está todavía lejos de esas cifras, pero su alcalde ha empezado a tomar medidas, antes de que sea demasiado tarde.
No más bares ni restaurantes en el centro histórico
Tal como recoge Il Mattino, en el centro histórico de Nápoles no será posible abrir nuevos bares, restaurantes o locales de comida rápida durante los próximos tres años. Ni tampoco se permitirá ampliar el negocio a los establecimientos ya existentes que se dediquen a la restauración.
La norma ha sido ideada junto con Teresa Armato, la concejala de Turismo. Con ella, Gaetano Manfredi busca proteger la identidad del municipio, las actividades tradicionales y la vida cotidiana de los residentes.
Esta parte de la ciudad, Patrimonio Mundial de la UNESCO, cuenta en la actualidad con 1.555 negocios de alimentos y bebidas en una superficie de 1,2 kilómetros cuadrados.
Entre 2019 y 2022, los locales de este tipo crecieron un 10%, sobre todo los de comida para llevar. Algo comprensible, teniendo en cuenta las colas de gente que se forman queriendo comprar una porción de pizza o un panino.
Esto se ha notado en zonas como San Sebastiano, la calle de la música, donde los históricos comercios de discos e instrumentos musicales se han visto desplazados por la apertura de bares y rosticcerie.
Por otra parte, la calle San Gregorio Armeno, conocida por sus célebres belenes, contará con una protección especial. Aquí quedará prohibida cualquier actividad que no esté relacionada con la elaboración artesanal o venta de pesebres.
Un equilibrio frágil que no se puede perder
Manfredi habla claro: "Si perdemos nuestra identidad, nos perdemos a nosotros mismos y a nuestras raíces", y añade: "Si perdemos este equilibrio, también perdemos el atractivo y paradójicamente no aumentamos el número de turistas, sino que lo disminuimos".
Esto no se corresponde tanto con la realidad; son muchos los destinos turísticos que hace tiempo dejaron atrás esa armonía, y cada vez reciben más visitantes. No obstante, se agradece la intención de preservar un Nápoles genuino, que fomenta la convivencia entre turistas y locales.
Ahí reside el encanto de los lugares, en conocer cómo es su día a día real, en lugar de encontrarnos con una postal en movimiento donde ya no quiere (o no puede) vivir nadie.
Justo el mes pasado, el diario Le Monde alertaba en primera página del peligro de que Nápoles se convierta en una segunda Barcelona. Su alcalde respondió que los franceses se sentían molestos de que una localidad del sur de Italia se haya convertido en un destino internacional. Y quizá algo de razón tiene, al fin y al cabo, París tampoco es el mejor ejemplo de buen hacer.
Como dice el refrán: "En todas las casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas". Mantener un entorno habitable y, a la vez, fomentar la llegada de viajeros para recaudar más ingresos, es un reto al que se enfrentan la mayoría de ciudades patrimoniales. Así que todas las intervenciones en esa dirección son bienvenidas.
Falta por ver si esta tendrá buenos resultados, pero por algo hay que empezar.