Resulta imposible resumir todas las experiencias, actividades, sensaciones y detalles que me he traído en el equipaje tras este blogtrip a Malta, así que permitidme ser un poco taquigráfico, e incluso saltar de un lugar a otro en plan videoclip de la MTV: para resumir el cúmulo de momentos malteses, nada mejor que la sintaxis de un film de Michael Bay (los cinéfilos me entienden, codazo, codazo, guiño, guiño). Es decir, como instantáneas desplegadas en la superficie de una bola de espejos de discoteca de los ´80. O algo así.
Así que por partes, que diría Jack el Destripador. No, esa expresión ya está muy manida, usemos otra: al grano, que diría un dermatólogo. Ejem. No es mucho mejor, pero bueno. Sin más dilación, ahí va:
Vueling tuvo la gentileza de trasladarnos desde Barcelona hasta Malta el 24 de mayo de 2013 para retornarnos a casa el lunes 27 de mayo en el llamado European Blog Trip #MaltaIsMore. Cuatro días para exprimir el país desde todas sus facetas, pasando tres noches en el espectacular Excelsior Hotel de Valletta, disfrutando de actividades, cultura, oportunidades fotográficas, buena comida, visitando sitios únicos, practicando juegos y deporte, cocinando platos tradicionales en una competición gastronómica, comprando en Marsaxlokk, explorando la isla de Comino y haciendo snorkel en el mar cristalino de Blue Lagoon, y dejándonos la piel (literalmente) en la isla de Gozo, donde practicamos cycling, kayaking, climbing y abseiling.
Pero este blogtrip inolvidable era ligeramente distinto a otros blogtrips: no sólo estaba conformado por bloggers españoles, sino de otras nacionalidades (y además no todos eran bloggers de viajes, sino de gastronomía, moda, lifestyle, etc.). En total éramos 25: 3 de Alemania, 6 de Francia, 6 de Italia, 5 de UK y 5 de España.
Algunas cosas que probablemente no sabes de Malta
Paradójicamente, en ningún momento notamos que Malta estuviera superpoblada: de hecho, en muchas ocasiones señalábamos mirando a la diestra y a la siniestra “¿dónde está la gente?”. Es decir, que en Malta hay mucha gente, sí, pero Malta, a pesar de su reducido tamaño, tiene muchos rincones recoletos donde perderse y sentirse por un momento como un náufrago en una isla. O casi.
Primera noche en Malta
El hall es tan mango que te ves obligado a dedicar algunos minutos a codificarlo por completo. Las habitaciones también son amplias, con una pequeña terraza con vistas a la piscina o al mar, y un baño tan bien surtido que tu neceser puede ir totalmente vacío y no echarás nada en falta. Además, la dirección del hotel tuvo a bien darnos la bienvenida con este obsequio que nos esperaba en el escritorio: un cuenco con fruta fresca y una botella de vino tinto maltés.
Comino: el cristalino Blue Lagoon
Nada más desembarcar, anduvimos precavidos por tierras secas y pedregosas, por roquedales, por duros campos de terrones, hasta coronar un cerro en el que nos detuvimos pasmados ante una suerte de espejismo que parecía salido de una postal. El cristalino Blue Laggon. Un pequeño paraíso en mitad de la nada.
Algunos de nosotros optaron por tumbarse en la ladera para contemplar el paisaje. Otros se dieron un baño. Otros exploraron los rincones del islote. E incluso hubo quienes practicaron snorkel: unas aguas tan claras permitían contemplar todo un universo de vida submarina con tal grado de detalle que ni Buscando a Nemo.
¡Iron Chef… Malta!
No sé si conocéis un canal de cocina por cable muy popular en Estados Unidos llamado Food Network. Pues bien, yo soy fan. Uno de los programas más extravagantes emitidos por Food Network se titula Iron Chef, una competición con reminiscencias de las artes marciales (su presentador es, convenientemente, el actor y experto en artes marciales Mark Dakaskos) en la que los chefs participantes deben preparar una serie de platos con un ingrediente secreto. Todos los platos deben contener ese ingrediente, incluso el postre. Y el ingrediente pueden ser cosas como pulpo, por ejemplo.
A diferencia de Iron Chef, los bloggers nos dividiríamos por nacionalidades. En total, 5 grupos. Y cada grupo debería cocinar uno de los platos del menú, que más tarde todos consumiríamos. Divertidísimo, en serio. Cada grupo se fue hacia una mesa al aire libre, con todos los ingredientes y herramientas necesarias para elaborar el plato, y gong de campana, la competición había empezado.
Nuestro grupo de bloggers españoles debía cocinar un calabacín relleno acompañado de patatas. Los británicos, pollo relleno. Los franceses, sopa vegetal. Y así hasta cinco platos, incluyendo el postre: ensalada, pizza y macedonia + Mqaret, unos dulces rellenos típicamente malteses.
Afortunadamente, entre nosotros se encontraba un blogger de cocina de Directo al paladar, Pakus, así que nuestro plato quedó muy digno. Tan digno que, más tarde, en una fiesta nocturna que ya os describiré convenientemente, el equipo español se destacó como el ganador. Nos entregaron un premio consistente en un adorno de cristal, el libro de cocina del Chef George, y un pack de ingredientes malteses típicos compuesto por una botellita de aceite, un tarro de sal y otro tarro de tomates desecados.
Cycling, climbing, abseiling y kayaking
Gozo es una isla donde el tiempo parece fluir más lentamente. Gozo, además, es una isla de leyendas: se cuenta que ésta era la isla de Ogigia de Homero, en la que la ninfa Calipso mantuvo cautivo al héroe griego Odiseo durante siete años como su compañero.
Gozo también dispone de varias bahías vírgenes, calas y playas para privilegiados ideales para practicar deportes acuáticos. Así pues, para iniciar el descenso hacia la playa de Gozo, Gozoadventures nos había preparado un suministro de mountain bikes con las que hacer el descenso por carretera. Todos en grupo, en plan Verano Azul, pedaleamos un poco hasta tomar la ruta de descenso, con el mar colgado en el horizonte y la brisa golpeándonos la cara. Nunca olvidaré aquel momento.
Y tampoco olvidaré lo que ocurrió luego. Teníamos que hacer escalada o descenso por una colina que, a mis ojos, eran altísima. Yo escogí descenso, y no sabéis lo que me costó llegar hasta la cima: justo en ese instante no iba equipado con el calzado más adecuado y me resbalé en un par de ocasiones. Total, que finalmente, al llegar a la cima, ya estaba un poco amedrentado. Ya equipado con los arneses, a uno segundos de que me tocara el turno de dejarme caer hacia el precipicio, asumí que no iba a ser capaz de hacerlo. La gente no dejaba de repetirme que el descenso era increíblemente sencillo, que no había riesgos, que era muy divertido. Pero en mi cabeza solo notaba el palpitar del golpe en mi rodilla en el ascenso, y lo resbaladizo de mi calzado. En mi cabeza también notaba otras cosas.
Para mi vergüenza y escarnio, debo admitir que finalmente no acepté el desafío, y busqué una ruta alternativa para regresar a bajo. La típica ruta que toman los cobardes. Sin embargo, no toméis mi experiencia como modelo: me defino como un cobarde redomado o un hiperrreflexivo hipocondríaco (tomad la definición que más os convenza). El resto de mis compañeros, eso sí, se lo pasaron en grande, practicaron ascenso y descenso, kayak, e incluso alguno optó por nadar un rato y hacerse el muerto sobre el mar.
Rikkardu
Aquella noche estaba exhausto. Empezaba a doblarme como una torre de Pisa humana. Pero también regresaba al hotel henchido de experiencias, satisfecho con la jornada, incluso agradecido por aquel agotamiento que no procede del trabajo, sino de pasárselo bomba. La clase de agotamiento endorfínico que proporciona el deporte (aunque yo no hubiera tenido valor de llegar hasta el final). Así que ya podéis imaginar con qué entrega me senté a la mesa y engullí todo lo que nos iban sirviendo, vino y copita de licor incluidos. Sin duda, la copiosa cena, sumada a la competición culinaria disputada al mediodía, amenazaba con hacerme estallar la ropa por las costuras y las botonaduras.
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