Aunque parezca contradictorio, la calma y la extensa oferta hostelera de la ciudad de Toulouse van juntas de la mano. El fluir del Garona adormece los últimos vestigios de estrés. La serenidad de las calles y el caluroso color del ladrillo en las paredes ofrece una tranquilidad inesperada al visitante.
Esto es Toulouse, una ciudad relativamente alejada de los grandes núcleos y lugares de visita obligada en Francia. Con una oferta culinaria riquísima a caballo entre España y Francia. Con vestigios históricos de su pasado occitano y con el orgullo de sacar de entre los moribundos una lengua y una cultura que alabar.
La basílica de San Sernín, realizada en piedra y ladrillo es una de las iglesias por autonomasia de las peregrinaciones en Europa y aporta cinco exuberantes naves que admirar.
El templo de los Jacobinos es una magnífica obra de arte edificada a mitad del siglo XIII. Lo más curioso de ella es que las nervaduras que cierran las hiladas columnas están coloreadas con distintos tonos dando una impresión de originalidad.
En la enorme plaza del Capitole encontramos el Ayuntamiento y un mercado bien suculento durante los domingos. Alrededor de la estación de trenes hay un buen repertorio de hoteles asequibles con una calidad más que aceptable.
Para comer, probad el restaurante-tienda Soledad, a dos calles de la plaza del Capitole, os harán ante vuestros ojos unas crêpes y unas ensaladas inacabables que degustareis por unos 15 euros como mucho y disfrutando de la mezcla hispano-francesa que goza la cocina de la región.
Foto | JP Tonn en Flickr-CC
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