La figura que muestra la fotografía corresponde a uno de los últimos habitantes de Pompeya. A uno de los muchos que, ignorantes de la verdadera fuerza del Vesubio, se confiaron y no huyeron. El 24 de agosto del año 79 de nuestra era se produjo la gran ola de flujo piroclástico, una masa gaseosa de alta densidad que llegado a un cierto grado de concentración se deja caer sobre la tierra como un baño de magma ardiente.
De ese modo Pompeya quedó sepultada y sus restos se conservaron hasta hoy. También los restos de sus habitantes. Bajo ese manto de magma, los cuerpos de las víctimas al descomponerse dejaron moldes huecos en la roca solidificada.
Hace unas décadas, el arqueólogo Giuseppe Fiorelli ideó un sistema para obtener las figuras de esos últimos pompeyanos. Los huecos en la roca o moldes se rellenaban de yeso líquido, que al secarse se solidificaba y tras retirar la roca queda la tétrica escultura, que hoy se puede observar como un atractivo turístico más de la ciudad.
En algunas de las figuras los detalles son estremecedores, ya que vemos los gestos de sufrimiento y los intentos por no respirar los gases mortales. Niños, mujeres embarazadas, perros... nadie escapó a la catástrofe del gran volcán.
Por cierto, dicen que aproximadamente cada 2000 años los volcanes repiten grandes erupciones. Al Vesubio no le queda mucho...
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