No, no se trataba de objetos de gran valor ni irremplazables. Pero apuesto lo que sea a que si esto mismo nos sucede en otros lugares, incluida nuestra querida España, los hubiéramos perdido definitivamente. Ahora voy a contaros el increíble caso de los objetos perdidos y recuperados en Dublín, para ver si consideráis que la escena podría haberse repetido en otros sitios.
Desde luego, debería repetirse, pero no es así. Los episodios de “devuelve una cartera repleta de billetes” son noticia en los periódicos. Repito que en nuestro caso no hablamos de billetes, pero sí de una atractiva bolsa de souvenires recién comprados y listos para regalo.
Si viajáis con niños, sabéis que hay que estar con mil ojos, sobre todo para que no se nos pierdan (se escapen, corran, se alejen, se caigan…) los pequeños. De modo que digamos que otros “enseres” pasan a ser secundarios, exceptuando las sagradas carteras que podrían impedirnos comer o salir del país en caso de pérdida.
Según esta máxima “no dejes que los niños se alejen de ti” hemos dejado en el camino neveritas, peluches y otros objetos de importancia menor de los que nunca más se supo.
Así que, cuando nos dimos cuenta de que no llevábamos con nosotros la bolsa de la Guinness Storehouse con la selección de regalitos y souvenires para la familia y para nosotros mismos, la dimos por perdida, con una rabia inmensa, eso sí.
Y no tanto por el valor económico del contenido, que rondaría los 40 euros, como por el tiempo que nos llevó seleccionar los regalos y porque tendríamos que repetir el delicado proceso de compra de recuerdos para la familia.
Además, había unas chocolatinas deliciosas que nos hubieran hecho mucha compañía durante la jornadas sucesivas… Aunque tal vez lo que más echaríamos de menos era una camiseta de recuerdo de nuestra visita.
El caso es que hacemos memoria, a ver dónde ha podido “desaparecer” la bolsa. Habíamos salido de la Guinness y subido en uno de los autobuses turísticos que hacen rutas y paradas por Dublín, para volver al centro y comer. Después, tomamos de nuevo uno de esos autobuses y bajamos cerca del Dublin Castle.
Vemos la zona, entramos en la Chester Beatty Library y al salir hicimos recuento, las niñas OK, carrito OK, bolsos OK, paraguas OK, abrigos OK… ¿falta algo? ¡Sí, la bolsa de la Guinness! Nos damos cuenta de que a la hora de la comida ya no llevábamos la bolsa, y que antes de subir al bus turístico sí, porque probamos una deliciosa receta con Guinness, unas chocolatinas recién adquiridas.
De modo que la bolsa (de la que yo era guardia y custodia, mea culpa) se había quedado en el autobús a la salida de la Storehouse. Imaginad la escena de subir y bajar en un autobús de dos plantas con dos niñas pequeñas (claro, imposible quedarse en la planta de abajo) y un carricoche junto al resto de bártulos. Allí, una vez sentados, entablo una agradable conversación con una chica estadounidense que, como nosotros, está de visita en Dublín.
Llegamos a nuestra parada, despedida apresurada, vamos que nos cierran, coge niñas al brazo, carrito a cuestas, escaleras… En fin, que después de la agradable y sorprendente visita a la Chester Beaty Library, unas cuatro horas después de haber perdido la bolsita con los regalos, nos damos cuenta de que la hemos olvidado en un autobús turístico.
Seguimos caminando hacia nuestras últimas visitas del día, un par de las iglesias que no puedes perderte en Dublín, vimos la Christ Church desde el exterior y al llegar a la Saint Patrick’s Cathedral, que veríamos por dentro, mi marido decide quedarse fuera para esperar a uno de los autobuses turísticos que tienen parada en la misma puerta de la catedral.
Sabíamos que en todo caso veríamos pasar el último bus (el horario del día es limitado y ya eran cerca de las 19 horas), y podríamos preguntar dónde tienen las oficinas centrales para acudir al día siguiente por si hubieran encontrado (y devuelto) la bolsa.
Con la inmensa suerte, coincidencia cósmica y, por qué no decirlo, en el contexto en el que me hallaba a mí me pareció un pequeño milagro, era el mismo bus en el que habíamos perdido la bolsa, la guía parece que se acordaba de nosotros y en definitiva tenía la bolsa esperando a que alguien preguntara por ella. Bastó con ver la cara ojiplática de mi marido para sonreírle y devolvernos nuestro preciado objeto perdido.
No sé si la encontraría otro turista o los revisores del bus, pero el caso es que a partir de aquí me he prometido a mí misma que si en alguno de mis viajes o de mis desplazamientos encuentro una bolsa de souvenirs olvidada, no caeré en la tentación y la llevaré a donde puedan reclamarla (no es que me haya visto en esta situación alguna vez, pero…).
Ya os digo, para mí ver de vuelta con nosotros esa preciada bolsa con regalitos que tanto nos había costado seleccionar y que ya dábamos por perdida, fue una inmensa alegría y aún me cuesta creerlo.
Pero sí, en Dublín guardan los objetos perdidos a la espera de que alguien los reclame. También nos pasó con una bufanda en un restaurante al que volvimos al día siguiente… pero esa ya es otra historia.
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