Ayer os contaba cómo fue la primera parte del paseo por la ciudad y hoy seguimos descubriendo Guimarães que nos sorprende a cada paso con su aire mezcla de cuento medieval y modernidad.
Queremos llegar al Castillo y nos vamos alejando del centro en un agradable paseo que nos hace detenernos en cada plaza, en los balcones adornados de flores y las puertas de casas y comercios con sus corazones multicolores que simbolizan la Capital Europea de la Cultura.
Tras subir una calle inclinada, el bonito Largo Martins Sarmento con el Chafariz del Carmo, comienzo de la suave colina donde se asienta el castillo, vemos la escultura dedicada a Alfonso Henriques, el primer rey de Portugal que como veremos probablemente nació aquí. Su figura la encontraremos también en múltiples souvenirs y paneles para fotografiarnos a modo de souvenir.
Al lado nos recibe el Pazo de los duques de Braganza, un edificio del siglo XV, mandado construir por D. Afonso, futuro duque de Bragança, donde es posible observar la influencia de la arquitectura señorial de la Europa Septentrional. En el siglo XIX fue convertido en cuartel y a mediados del siglo pasado fue restaurado y posteriormente convertido en Museo.
Aquí nació Portugal
No tenemos tiempo para ver su interior, pero sí de acercarnos y entrar al castillo. El castillo de Guimarães fue iniciado como fortaleza en el siglo X para defender el monasterio y la población recién surgidos en el lugar de los frecuentes ataques de moros y normandos. Será en el siglo XII cuando viva aquí el Conde D. Henrique y Doña Teresa de león, padres de Dom Afonso Henriques, y fue residencia real de varios monarcas.
Muy recomendable pasear por sus murallas (la entrada es gratuita) y contemplar Guimarães desde lo alto de esta pequeña colina, unas vistas inmejorables. El castillo sufrió una época de abandono, pero hoy tras las obras de restauración y la declaración de Monumento Nacional es perfectamente visitable.
Junto al castillo, podemos ver la pequeña Capilla románica de San Miguel, un monumento sencillo pero de gran valor simbólico, pues según la tradición aquí fue bautizado Afonso Henriques. En su interior hay sepulturas atribuidas a caballeros también vinculados a los inicios de la nacionalidad portuguesa.
Si aún no has comido, en los alrededores del castillo puedes hacerlo, con tu propio bocadillo sentado en la hierba, un entorno muy especial para descansar y tomar buenas fotos.
De vuelta al centro de la ciudad seguimos deleitándonos con sus calles y pasajes, las casas, plazas y algún helado que nos sabe delicioso. Las Capillas de los Pasos de la Pasión de Cristo, la Plaza del Toural, la Iglesia de San Pedro... son otros lugares que llaman la atención.
Exposiciones, actividades culturales dedicadas a la música, a la pintura, al cine, al arte moderno... llenan la agenda de la ciudad, realmente pensamos que Guimaraes merece una estancia más larga que nuestra rauda visita de un día desde Oporto.
Existen Museos como el Museo Arqueológico Martins Sarmento o el de Alberto Sampaio, pero por desgracia tenemos que dejarlos para otra ocasión. Preferimos pasear, imaginar cuál será la mejor zona y el próximo hotel que nos aloje cuando volvamos a la ciudad, y seguir saboreando Guimaraes en su palpitar cotidiano.
Y hablando de saborear, la iglesia de chocolate de la que os hablaba ayer es la iglesia de San Gualter, una de las que más me gustaron en la visita a Guimarães.
Evidentemente no está hecha de este dulce manjar, pero sus torres estilizadas y su fachada de formas redondeadas surgen al fondo de la avenida como un pastel de golosina, o al menos así me lo pareció a mi, tal vez porque los coloridos jardines que nos llevan a ella parece que nos introducen en un cuento.
El teleférico de Guimarães nos transporta desde la ciudad a la Montaña da Penha, un viaje de 1700 metros que vence una altura de 400 metros en pocos minutos, ofreciendo unas vistas de la ciudad y de sus alrededores espectacular. En la montaña está en Santuário de Nossa Senhora do Carmo da Penha, un lugar de culto pero rodeado de todas las posibilidades de ocio (hotel, restaurante, bares, picnic, mini golf, parques...).
Nos quedamos con las ganas de subir al teleférico en otra ocasión, así como de conocer los alrededores de la ciudad, pero el resto de Guimarães lo hemos disfrutado al máximo, lo suficiente como para querer regresar en otra ocasión, con menos prisas porque el tren que nos devuelve a Oporto se escapa...
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