En la anterior entrega de este artículo os manifestaba mi adoración por Londres, una ciudad que merece no una ni dos visitas, sino al menos una buena temporada de residencia a fin de sacarle todos los lustres que probablemente oculta a la mirada el turista estándar.
Sin embargo, hay cinco cosas que no soporto de la ciudad. Cinco cosas que, de desaparecer, seguramente convertirían a Londres en la mejor ciudad del mundo (al menos en lo que a mí respecta). A continuación, va la primera de ellas:
Extrema velocidad de la gente
Las piernas de los londineses no son piernas humanas. Los londinenses tienen piernas biónicas, o algún medio de estimular la locomoción que se me escapa, sino no me lo explico. ¿Mucha cafeína? ¿Drogas?
A ver. Yo vivo en Barcelona, una urbe grande, estresante y cosmopolita. No soy Paco Martínez Soria recién llegado del pueblo con las gallinas en un cesto de mimbre. De hecho, casi toda mi vida he residido en el gótico, una de las zonas más turísticas de Barcelona.
Y, sin embargo, soy incapaz de entender, de codificar, de asimilar las prisas espídicas de los londineses. Es algo tan exagerado que ignoro si dio la casualidad que en esos días la gente estaba participando en una carrera secreta. O que tal vez en la tele habían dicho que si vas muy rápido por la calle, entonces ya te ahorras ir al gimnasio. Ni idea, oye.
La cuestión es que los londineses, en general, parecen disputar una carrera contra los demás transeúntes, contra los coches, contra sí mismos. Pensaréis que tal vez lleguen tarde al trabajo, o que salgan muy apurados, o que la puntualidad inglesa es legendaria. Pero naranjas de la China. Eso es mentira. O es una verdad a medias. Porque pude comprobar que esas prisas eran idénticas a todas las horas del día, tanto si los londineses iban a trabajar a primera hora como si regresaban a casa al anochecer. No es que lleguen tarde al trabajo, al colegio o a misa, es que parecen llegar tarde a todos lados, aunque solo sea para comprar el pan.
En Londres sencillamente hay prisa por llegar antes que los demás.
Cuando viajas a Ámsterdam todos te advierten “¡cuidado con las bicicletas!”. Pero en Londres nadie te advierte “¡cuidado con las personas!”. Y es que aquí las personas, en sus carreras apresuradas, literalmente te arrollan si decides reducir el paso o detenerte por cualquier motivo. Incluso las abuelas bingueras te adelantan por la derecha, por la izquierda y por todos lados. Aunque tú vayas deprisa, siempre habrá gente que corra más que tu.
Por si fuera poco, los londineses, en su afán por adelantar, acortar, llegar antes a todos los sitios, no siempre avanzan rectilíneos, sino que zigzagüean, driblan, tuercen, se escoran, como si practicaran slalom, como lemmings enloquecidos. Y si se te ocurre cambiar de dirección, zas, te toca esquivar a gran velocidad los rápidos proyectiles londineses con forma humana, como en Matrix.
Todo ello también está relacionado con dos puntos que tampoco soporto de Londres: las escaleras del metro y la duración de los semáforos peatonales. Pero eso os lo explicaré en sendas entregas de esta serie de artículos sobre mis manías a propósito de Londres.
Fotos | Wikipedia En Diario del viajero | 10 cosas que solo podemos hacer en Londres | Inamo: restaurante londinense con mesas interactivas