El caso de Magaluf está siendo la comidilla del verano en el sector turístico y en los medios de comunicación en general. Por si algún despistado ha estado en un templo budista en los últimos meses y aún no sabe de qué va el asunto, le pongo en antecedentes. Este pueblo de la costa balear ha sido puesto en el mapa a través de las noticias sobre las locas noches que pasan los turistas extranjeros en algunas de sus discotecas.
Más concretamente, lo que le ha puesto en el mapa ha sido el denominado mamading, que consiste en ofrecer copas o barra libre a chicas que practiquen sexo oral con los asistentes de la discoteca. No es lo único que pasa en Magaluf: borracheras, sexo en la calle, balconing, y todo tipo de excesos protagonizados por extranjeros, especialmente británicos, que peregrinan aquí en busca de diversión y desfase.
Basta con hacer una búsqueda en Google del término “Magaluf” para ver que todos los resultados, salvo la Wikipedia, van por ahí: Magaluf, costa del exceso, Joven muere tras precipitarse desde un cuarto piso en Magaluf, Magaluf: alcohol y sexo en el 'prime time' británico o Mamading en Magaluf. Una fama que se ha ganado el municipio que pocos concejales de turismo desearían para sí y que les va a ser difícil quitarse de encima.
Baleares no quiere dar esta imagen
Ahora las instituciones Baleares tratan de desligarse de esta imagen como pueden, a golpe de penalizaciones y ordenanzas que parecen más propias de cazas de brujas de otras épocas. El local donde se grabó el vídeo que causó toda la polémica será sancionado con un año de cierre y 55.000 euros de multa porque, dicen quienes acusan, que podrían haber estado allí menores de edad. Se acogen a esto, supongo, porque el propio mamading no puede ser penalizado ya que, independientemente del filtro moral con el que lo vea cada cual, si es realizado por dos personas adultas en plenas facultades y en un local privado, no hay censura posible. Ahí están desde hace años los burdeles, los clubs de intercambio o las saunas gays.
Sin embargo, creo que el problema no es la práctica en sí sino cómo está afectando al turismo de las islas en general. Tampoco vayan de santos, pues en Baleares siempre han convivido el turismo de yate y casoplón a lo Michael Douglas con las fiestas de reventar la noche de Ibiza y otras localidades. La de Magaluf es la historia de interminables noches etílicas que ahora, simplemente, ha resonado más que antes.
¿Es posible cambiar la marca turística de Magaluf?
Reconducir su marca turística les va a ser difícil porque es algo que ellos no han buscado, pero que tampoco han frenado hasta ahora. No es tarea sencilla que una familia tradicional elija ahora Magaluf como su destino veraniego, por mucho que los empresarios hoteleros y los responsables de turismo deseen cambiar de público. Quizás en vez de tirar de Inquisición con los locales que tan famoso han hecho al municipio deberían promocionar una oferta complementaria.
O quizás ya sea tarde y con estos cambios a marchas forzados acaben perdiendo a los visitantes que ya tienen y no consigan traer a otros. Porque si la caza de brujas sigue y los británicos más salvajes encuentran poco atractivo el lugar ya descubrirán otro donde seguir la fiesta. ¿Hay otra opción? Bueno, entendiendo que la labor educacional poco efecto va a hacer con el turista extranjero, tal vez sea el momento de decir aquello del “si no puedes con tu enemigo, únete a él”.
¿Cómo? Haciendo que Magaluf sea un lugar idóneo para la fiesta pero poniendo las medidas necesarias para que se minimicen los riesgos. Que la ciudad esté preparada para ese tipo de turismo y que cada cual haga libremente lo que quiera hacer, siempre que sea mayorcito y respete a los demás.
Foto | Fryncita, Effervescing Elephant En Diario del Viajero |