La Cúpula de la Bomba Atómica de Hiroshima o la necesidad de dejar marcadores de desechos nucleares
El epicentro de la explosión de la primera bomba atómica arrojada sobre una población civil, en Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, se situó a una distancia de apenas 150 metros en la horizontal y 600 metros en la vertical de un edificio originalmente proyectado por el arquitecto checo Jan Letzel para la Exposición Comercial de la Prefectura de Hiroshima.
A fin de que las generaciones futuras no olvidaran el horror que allí tuvo lugar, el único edificio que se mantuvo tal cual quedó fue este, el bautizado ahora como Cúpula de la Bomba Atómica.
Marcadores nucleares
El edificio de marras, que fue inmediatamente preservado exactamente como se encontraba después del bombardeo, sirve actualmente como un monumento conmemorativo de la devastación nuclear y un símbolo de esperanza en la paz mundial y la eliminación de todas las armas nucleares.
Inspirados por este edificio, que constituye casi una señal de alerta en sí mismo, hay quienes defienden la idea de que deben erigirse monumentos o letreros tallados en piedra que avisen a las generaciones futuras que se hallan cerca de un lugar donde hay desechos nucleares.
En el propio Japón, se almacenan actualmente 16.700 toneladas de desechos radiactios fruto del accidente de la central nuclear de Fukushima. Tarde o temprano, deberá escogerse un emplazamiento definitivo para guardar estos desechos. El problema es la zona escogida finalmente para enterrarnos estará en peligro durante siglos. ¿Cómo podemos estar seguros que dentro de cien generaciones la gente recordará que ese sitio es peligroso?
Solo dos países, Finlandia y Suecia, han logrado alcanzar un acuerdo público de dónde desahcerse de los desechos nucleares. El resto están almacenados en lugares muchas veces desconocidos por el público. Dentro de cuatro mil generaciones, ¿sabrán estar al tanto de ello quienes paseen por esos lugares?
Para evitarlo, se han intentado llevar a cabo inicitivas como la siguiente, localizada en un parque público en las afueras de Chicago.
Palos Park Forest Preserve
Con 15 kilómetros de playas al Lago Michigan y 30 kilómetros de senderos para caminar o ir en bicicleta, el Palos Park Forest Preserve, en las afueras de Chicago, es uno de los parques urbanos más impresionantes de Estados Unidos. Sin embargo, aquí se alza una piedra con la siguiente advertencia:
En esta zona se enterró material radiactivo procedente de las investigaciones nucleares llevadas a cabo en la zona. (...) No existe peligro para los visitantes.
Y es que aquí está enterrado el primer reactor nuclear del mundo. Para ello se realizó una excavación de aproximadamente 100 metros de ancho y 40 metros de profundidad, donde se vertieron más de 800 toneladas de hormigón para fabricar un sarcófago contenedor. La excavación fue rellenada a continuación, nivelada y ajardinada, para que no quedara nunca constancia visible de su presencia. La parte superior está aproximadamente a 7 metros debajo de la superficie de un terreno.
Es cierto, no existe peligro. Los residuos nucleares se almacenan a gran profundidad, en capas geológicas estables y selladas para evitar filtrados. Sin embargo, en un par de siglos la piedra podría ser ilegible. ¿Estamos seguros que dentro de miles de años no habrá cambiado tanto el mundo como para que se decida excavar en esa zona? Y si se hace, ¿seremos responsables de algún modo del desastre que habremos producido?
Este es un largo debate que dista de estar concluido. Hay que decidir cómo se fabrican esas señales para que duren mucho tiempo, y también que se escriben en ellas, en qué idiomas, a fin de que el recuerdo nunca se pierda.
¿Tal vez se deberían componer canciones infantiles que hablen de los desechos? ¿Crear mitos? ¿Obligar a que se enseñe en los colegios? Incluso se ha llegado a proponer la creación de animales genéticamente modificados para que brillen cuando se aproximen a zonas radiactivas.
Para ser conscientes de la complejidad del asunto, hemos de viajar a otro lugar: un vertedero de desechos en Nuevo México. El Departamento de Energía estadounidense está analizando aún qué clase de mensaje poner en una suerte de muro de alerta, inscrito en siete idiomas diferentes, entre ellos en chino y el navajo. Uno de los borradores quedó así, tal y como explica en el libro Lugares sin mapa Alastair Bonnett:
Este lugar es un mensaje, y parte de una serie de mensajes, ¡prestadle atención! Enviar este mensaje nos parece importante. Nos considerábamos una cultura poderosa. Este no es un lugar honorable. No se conmenora aquí hito alguno. Nada hay aquí de valor. Lo que hay es, para nosotros, peligroso y repugnante. Este mensaje es una advertencia de peligro. El peligro se encuentra en una ubicación específica. Aumenta al aproximarse al centro. El centro del peligro está aquí, bajo nosotros: tiene un tamaño y una forma específicos. El peligro sigue presente en vuesta época, como lo estuvo en la nuestra. El peligro afecta al cuerpo y puede matar. El peligro tiene forma de emanación de energía. El peligro se desata solo si alteráis este lugar físicamente de forma considerable. Lo mejor es evitar este lugar y mantenerlo deshabitado.