Debes escoger entre viajar menos o pagar más por viajar: ¿qué prefieres?
Cajón de sastre

Debes escoger entre viajar menos o pagar más por viajar: ¿qué prefieres?

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La gente viaja por diferentes razones. Y las compañías de turismo satisfacen diferentes expectativas. Puedes viajar para escapar y relajarte, o viajar para aprender más sobre el mundo y nuestro lugar en él. Hay viajes meramente ociosos, otros profesionales. Los hay caprichosos, otros son más necesarios.

Sin embargo, cada vez hay más consciencia alrededor de impacto medioambiental que origina viajar, sobre todo a bordo de un avión comercial. En tal caso, se plantean dos posibilidades (no necesariamente excluyentes): empezar a viajar menos y sentir vergüenza por hacerlo o pagar más impuestos cada vez que viajemos para que tales fondos se usen en aras de solucionar los problemas medioambientales que ocasionamos.

Un problema moral difícil

Impulsados por el convincente testimonio de ambientalistas como Greta Thunberg, cada vez más viajeros están reconsiderando sus hábitos. Una encuesta reciente de UBS informa que uno de cada cinco viajeros vuela menos debido a la "vergüenza de vuelo" en las redes sociales.

Estas conversaciones se manifiestan en hashtags como #flyless, #flygskam (sueco) o #avihonte (francés), o incluso #trainbrag para aquellos que han optado por tomar viajes en tren más largos pero menos contaminantes.

Esta estrategia es muy eficaz para determinado número de personas que construyen su reputación reduciendo su huella de carbono. Es decir, si los demás ven que son buena persona, eso me hace mejor persona. Esta forma de operar es la misma que se pone en funcionamiento cuando acudimos a una cena benéfica. O al preocuparnos públicamente del incendio del Amazonas.

El problema de usar como acicate la reputación, sin embargo, es insoslayable. Por un lado, nos aboca a una carrera armamentística. Es decir, a medida que más personas se apuntan al carro de contaminar menos, los que quieran resaltar su reputación frente a la masa deberán tornarse aún más frugales. Por ejemplo, si todo el mundo deja de volar un 25 %, yo deberé dejar de volar un 50 % para ganar puntos sociales; y así sucesivamente.

Esta escalada armamentística, además, tiende al infinito y puede ocasionar daños irreparables no solo a la industria del turismo, sino a la economía del planeta: millones de trabajos menos, más pobreza, más muertes.

Además, si bien volar es una de las actividades más contaminantes que podemos realizar, lo es infinitamente más tener hijos. ¿Deberíamos empezar a dejar de tenerlos? O incluso podríamos ir más allá, como planteó esta fanática medioambientalista en un acto público: deberíamos empezar a comernos a los bebés.

Pagar más

Otra opción es que, sencillamente, viajar se vuelva más caro, que se eliminen los vuelos low cost, que se añadan impuestos al carbono, etc.

Por ejemplo, el gurú de los viajes y operador turístico Rick Steves anunció que planea donar un millón de dólares de las ganancias de su compañía de turismo como una especie de "impuesto al carbono autoimpuesto" para los 30.000 turistas que llevan a Europa cada año. Su donación se basa en el crédito de compensación de carbono recomendado de 30 dólares por cada billete de ida y vuelta en clase económica desde los Estados Unidos a Europa.

Esta idea es relativamente eficaz. Por un lado, puede reducir el abuso. Sin embargo, también puede favorecer el efecto secundario: que uno descargue su consciencia pagando, lo que equivale a decir que viajar entonces ya es algo justo y que puedo hacerlo más. ¿Y cómo podemos estar seguros de que todo el dinero extra recaudado va a absorber convenientemente todos los viajes extra que haremos con la conciencia ya tranquila? ¿Cómo sabemos que ese dinero se usa para estrategias eficaces y no para alimentar a lobbys alarmistas?

Sin contar que un sobrecoste puede producir dos efectos secundarios más: el primero, que solo viajen los más ricos (de nuevo destrucción del tejido económico); segundo, que se dejen de hacer otras actividades económicas para seguir viajando (destrucción del tejido económico en otros sectores).

Todos estos dilemas requieren un debate serio o segado, aunque quizá no tengan ninguna solución satisfactoria para todas la partes. Afortunadamente, como suele ocurrir en estos casos, la tecnología vendrá a rescatarnos: cada vez están más cerca los aviones alimentados por energía solar, amén de otras soluciones biotecnológicas y energéticas que nos permitirán ser individuos que cada vez contaminan menos sin prescindir de ninguno de los lujos en los se sustenta la supervivencia económica de millones de personas.

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