Algunos viajes, no todos, nos regalan un momento inolvidable, una experiencia muy íntima que nos asalta por sorpresa, paralizándonos y poniendo nuestra piel de gallina, quedando para siempre grabada en nuestra memoria.
Por mucho que disfrutemos un viaje, estos instantes de los que hablo se dan con cuentagotas. Al fin y al cabo, si ocurriesen todos los días no tendrían tanto valor, y precisamente por ser tan especiales, son difíciles de olvidar.
Hace unos días, un amigo me hacía esta pregunta: ¿Qué experiencia o momento de tus viajes vuelve a tu memoria una y otra vez? ¿Algo que puedas recomendarme para hacerlo yo algún día?
Si bien recomendar algo así es imposible, ya que en la emoción del momento influye enormemente la subjetividad del individuo que lo vive, si me atrevo a decir las tres imágenes que más me han impactado a lo largo de mis viajes, que casualmente han tenido lugar bajo la luz de la luna:
Las pirámides de Egipto
La primera vez que fui a Egipto tenía nueve años. Para entonces era una rata de biblioteca en todo lo referente a la civilización de los faraones y llevaba años soñando con ver las famosas pirámides que tanto aparecían en mis libros. Cuando por fin lo hice ocurrió por sorpresa, de noche, apareciendo entre las copas de los árboles del hotel donde me alojaba con mi familia. La impresión fue tal que di un grito de espanto, tras lo cual me eché a llorar y no paré hasta bien pasada la cena; cena que, por cierto, hicimos con vistas a esas gigantescas moles de piedra y arena. Si cierro los ojos soy capaz de recordarlo con todo detalle.
Las cremaciones nocturnas en Varanasi
Cuando me acerqué por primera vez al ghat principal donde incineran a los muertos en la ciudad sagrada de Varanasi, daban las once de la noche. A esas horas apenas había dos o tres hogueras encendidas y, por supuesto, mucha menos concurrencia que durante el día. Fue justamente este ambiente tan íntimo, tan auténtico, lo que hizo que quedase como hipnotizada, con la mirada fija en una de las piras, levantándola sólo de vez en cuando para recibir a un nuevo cortejo funerario. Recuerdo haber estado allí sentada al menos una hora, y desde esa ocasión no hubo noche que faltase a mi cita a orillas del Ganges.
El Muro de las Lamentaciones de Jerusalén
Mi experiencia más reciente, pero no por ello menos intensa. En esta ocasión el escenario no me cogía por sorpresa: había estado frente al Muro un par de veces los días anteriores, pero en ningún momento había sucedido nada que me produjese ningún sentimiento fuera de lo normal. Sin embargo, una noche nos aventuramos a dar un paseo por la ciudad y llegamos hasta el Muro. Tal y como había hecho esa misma mañana, me acerqué hasta su base, sin ningún objetivo en concreto, y entonces, sucedió: quedé paralizada, mirando a mí alrededor, abrumada por la energía que desprendían las mujeres que me rodeaban. Es uno de esos momentos que no se pueden transmitir con palabras.
Estas son las tres experiencias más impactantes de mi vida viajera. Todas muy personales, en las que la magia de la noche y la espiritualidad del ambiente han tenido sin duda una gran influencia. ¿Cuáles son las vuestras?
Imagen | J. Rosenfeld en Flickr