Pasar la noche en un yurt junto al lago Song Kol de aguas cristalinas, acogido por una familia nómada kirguís, es la experiencia top en Kirguistán. Situado unos 400 kilómetros al sur de la capital Bishkek, a 3.016 metros de altitud, supone un paraíso para los amantes del senderismo, amén de una oportunidad única para experimentar la vida autóctona del pueblo kirguís.
Por ocho euros al día te alojarás en un yurt –tienda tradicional kirguís- con todas las comidas del día incluidas, aunque no esperes mucho más que pan casero recién hecho, mantequilla casera recién hecha, yogurt casero –recién hecho- y, con suerte, mermelada y pescado muy de cuando en cuando. También, por supuesto, caseros y recién hechos. Los amantes del té están a su vez de enhorabuena, pues lo beberán sin cesar. Si estás a dieta o tienes problemas con el azúcar..., ¡buena suerte!
Dormirás en el suelo sobre alfombras y un fino colchón, y aunque te prestarán un par de mantas, te recomiendo encarecidamente que portes saco de dormir si es posible. A finales de Septiembre el frío era atroz. En esta zona los nómadas solo pasan los meses de Mayo a primeros de Octubre, antes de que las nieves les obliguen a descender a las llanuras durante el invierno.
Alrededor de estos yurt compartirás la rutina de la familia que te acoja, viéndolos elaborar sus alimentos, pastorear sus caballos y sus vacas, entretenerse con las cosas más simples del universo –no hay electricidad ni cobertura telefónica allí-, y fascinarse ante cualquier fotografía de un lugar lejano que les muestres. Aquello es, huelga decirlo, vivir en un mundo perteneciente a una época remota.
La elaboración de la mantequilla mediante un artilugio a manivela parecía arte de magia. Ver a los chavales, menores de diez años, cabalgando en pos del ganado en lugar de jugando con una videoconsola, también daba que pensar. El fuego, alimentado con estiércol animal recién recogido, calentaba el metal sobre el que se extendía la masa de pan hasta quedar tostada. Tras ver esta elaboración con tus propios ojos, todo alimento te sabrá mejor que cualquier cosa que hayas probado antes.
Tendrás tiempo para reflexionar sobre el mundo vertiginoso de donde procedes, y la lentitud de la naturaleza y la vida sencilla te dominarán por completo. Paseando alrededor de la orilla del lago, encontrándote decenas de caballos pastando libres, saludando toros de amenazante cornamenta pastando a pocos metros de ti, o disfrutando del lento anochecer reflejado en las aguas inmóviles.
Para llegar a las proximidades del lago Song Kol hay dos vías: la primera es por carretera; la segunda, pateando unos 20 kilómetros montaña arriba desde Jumgal –son dos zonas separadas del lago, en la primera encontrarás seguramente otros turistas, en la segunda probablemente no verás a ningún extranjero durante toda la estancia-. Desde Bishkek lo más sencillo es coger un económico “Mashrutka”, transporte público consistente en un minibús, típico por esta zona de Asia Central, hasta Kochkor. Entonces espera al siguiente hasta Jumgal.
Ya en Jumgal se puede pernoctar en una casa familiar (sólo tienes que preguntar por ella, es la única habilitada), para comenzar la caminata por la mañana. El camino hacia el lago transcurre primero por una infinita pradera de tonos ocres, para luego ascender a las desafiantes montañas con picos cubiertos de nieve a lejos. El clima en la cima, a 3.300 metros, es mucho más frío que en Jumgal: lleva abrigo incluso en verano.
Existen otros lagos importantes en Kirguistán, como el lago Issyk-Kul, que es el segundo lago de montaña más grande del mundo tras el Titicaca. Pero si tu tiempo es escaso y has de inclinarte por uno en concreto, no dudes en reservar un mínimo de dos o tres días para el lago Song Kol, porque aunque pequeñito, no lo olvidarás jamás.
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Fotos | Juan Alberto En Diario del Viajero | El paso de Irkeshtam