Japón es un país enigmático para un occidental. Por un lado es rabiosamente moderno: Tokyo está lleno de japoneses vestidos a la última, que utilizan todo tipo de aparatos tecnológicos –verlo en el metro resulta de lo más alucinante- y se respira modernidad en cada esquina; pero por otra parte lo tradicional sigue muy arraigado: en Kyoto podemos ver como hombres y mujeres visten kimonos tradicionales en su vida diaria, los principales templos siguen rebosantes de público y se mantienen costumbres ancestrales.
Sus gentes son amables, pero muy peculiares para un español no acostumbrado a tratar con asiáticos. Nada más pisar Japón te das cuenta de que eres un alien y que todo el bagaje cultural que has adquirido con los años y que te permite vivir sin dificultad, ahí no te sirve para nada, es más, incluso te perturba – porque magnifica el choque cultural -.
Japón es un país en el que está claramente delimitado lo occidental de lo oriental. De hecho, te encuentras constantemente alusiones al ‘Western Style’ o 洋式 - estilo occidental (se pronuncia yoshiki) - en multitud de objetos y situaciones.
Una de las primeras cosas que sorprenden en este sentido son los baños: los hay normales, los hay ultra modernos con mil botones y posiciones que emiten chorros de agua, incluso para no tener que usar papel higiénico, y hacen agradables sonidos para que nadie te oiga mientras lo usas, y por último están los baños ‘Japanesse Style’ o 風呂 – pronunciado furo -, que son bastante curiosos: se trata de una especie de agujero alargado, hundido en el suelo y con un capuchón en uno de los extremos. Para usarlos hay que ponerse en cuclillas encima del agujero mirando hacia el capuchón.
Descubrir las pequeñas diferencias que nos trae el choque cultural es una de las cosas más interesantes de un viaje a Japón, pero con lo que realmente se disfruta es con las comidas. No sólo se encuentran deliciosos platos de pescados crudos o cocinados, sino también carnes, huevos y todo tipo de dulces que conviene probar – hay que ir con ganas de comer arroz porque casi todos los platos llevan una buena cantidad -.
Un aspecto importante del viaje es decidir cuándo hacerlo. La mayoría de los trabajadores no pueden escoger el momento para disfrutar de su periodo anual de vacaciones pero, si formas parte de los afortunados que pueden decidir cuando hacerlas y piensas ir a Japón, lo mejor es ir en otoño o en primavera, para poder paladear la capacidad de matices del paisaje japonés.
El archipiélago que forman las islas japonesas se extiende a lo largo y por lo tanto la variedad de climas es también un tema a tener en cuenta.
La prefactura de Okinawa está formada por un grupo de islas al sur del Japón que tienen un clima subtropical; casi todo el año disfrutan de temperaturas que rondan los 20 grados centígrados y en las islas más pequeñas suele haber encantadores pueblos de pescadores.
En el extremo opuesto está Hokkaido - la isla más al norte y la segunda más grande del archipiélago - que tiene un clima nórdico con un invierno larguísimo y temperaturas que llegan a los 12 grados centígrados bajo cero. En Hokkaido hay grandes y hermosos parques naturales que hacen las delicias de los japoneses, que viajan a esta isla en verano para evitar la época de lluvias de junio y julio, y cuya temperatura máxima en agosto no suele superar los 22 grados centígrados.
En cambio la isla de Honshu - la isla central donde se encuentra Tokyo, Kyoto, Osaka, Hiroshima... - tiene un clima más parecido al nuestro pero con sus particularidades.
Los inviernos en Honshu suelen ser fríos y nieva bastante por la zona del Mar del Japón y, aunque en Tokyo no suele cuajar la nieve, el frío se hace notar - unos 0 grados centígrados -.
Los veranos no son tan calurosos como en el sur de España, pero tienen sus inconvenientes: sobre todo el bochorno. La humedad ambiental es tal que la gente lleva una toallita y va limpiándose el sudor por la calle - en Kyoto y alrededores no sobrevives sin toalla, sobre todo en agosto -.
También es conveniente evitar septiembre, ya que es la época de tifones.
Sin embargo, desde mediados de octubre y durante noviembre se puede ver como enrojecen las hojas de los árboles y el paisaje se torna cobrizo adquiriendo una belleza sólo superada por el florecimiento de los cerezos – sakura 桜櫻 - en primavera.
Ver los cerezos en flor es maravilloso, por lo que la primavera se convierte, con diferencia, en la mejor época para visitar el país, pese a que llueve bastante, aunque no con demasiada fuerza. Lo ideal es poder ver como caen los pétalos de las flores del cerezo y nievan pétalos de color rosa, un bellísimo espectáculo de la naturaleza.
Además hay dos semanas al año, del 29 de abril al 5 de mayo, y otra a mediados de agosto, en las que la práctica totalidad de los japoneses tiene vacaciones y suelen moverse por el interior del país, así que es conveniente evitar viajar durante estas semanas y, en caso contrario, asegurarse el hotel y los desplazamientos con tiempo.
El resto de fiestas nacionales no son un problema ya que, pese a que la mayoría de trabajadores japoneses también descansa, el sector servicios funciona como si fuera un día normal.
Un viaje a Japón da mucho más de lo que cuesta porque redefine en la propia mirada el sentido del orden, la belleza y el equilibrio y supone una experiencia maravillosamente imprescindible para un occidental.