Ha llegado el momento de salir. Lo primero que nos toca hacer es recorrer Francia. El país vecino puede ser un absoluto obstáculo para llegar a cualquier punto de Europa si se usa la atroz, cara y congestionada autopista del Mediterráneo, o una auténtica delicia si se exploran sus carreteras secundarias del interior.
Decidí decantarme por la exploración. Ascendí hasta los Pirineos desde Barcelona y por unas estrechas sendas entre viñedos y almendros aparecí en Cascatel des Corbiers, un pueblecito dedicado al vino. Allí me alojé en el agroturismo el Domaine Grand Guilhem, donde pude disfrutar de lo que quizás sean las mejores cosas que ofrece Francia: vino tinto por la noche y fantásticos desayunos por la mañana.
El día siguiente nos regaló lluvia en cantidades industriales mientras recorríamos el País Cátaro, así que no fue muy divertido. Al menos pude visitar Beziers porque quería visitar la ciudad que fuera capital de la herejía Cátara.
Ante la gótica Catedral de San Nazario recordé la frase brutal que barbotara el enviado del Papa, el abad Arnoldo, cuando el capitán de las tropas reales le preguntó cómo distinguir a los católicos de los herejes. “Matadlos a todos, que Dios distinguirá a los suyos”.
Lo que se disfrazó de cruzada religiosa contra la desviación albigense fue en realidad una guerra política contra la independencia del Condado de Tolosa de Francia, Toulouse. El rey Felipe Augusto buscaba la unidad de su reino aliándose con el Papa, quien le dio carta blanca para acabar con los cátaros.
La mañana se levantó radiante. Ese día visitaría la región de la Camargue, famosa por sus planas playas de arena y por sus toros de lidia. Es la zona de la tauromaquia francesa. Las carreteras costeras eran estrechas y divertidas, pero la diversión empezó cuando se terminó el asfalto. La pista bacheada y empedrada estaba llena de profundos charcos llenos de barro y agua procedente de las intensas lluvias pasadas. Volába sobre una estrecha senda como agua a ambos lados. Íba a la playa.
Y llegamos, y la arena estaba dura, y el sol alto, y el humor eufórico y me lancé hasta el agua y yo llegué más allá y me mojé entero y la espuma de mar saltó en todas direcciones y yo reía y me sentía feliz por estar allí al comienzo de mi viaje y tener por delante todavía cinco meses de completa libertad. Y así, en las playas de La Camargue, empapado de agua de mar y sucio de barro, me di cuenta de que por fin había salido de viaje y sonreí.
Fotos:Miquel Silvestre
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