Como os explicaba en otro artículo, el año pasado tuve la oportunidad de pasar unos días en Las Vegas. Y cuando estás en uno de los mayores parques temáticos del mundo, en mitad de un ardiente desierto, uno empieza a hacerse preguntas.
Aparte de las preguntas filosóficas típicas acerca de lo que es real e irreal y hasta donde puede llegar el concepto hortera y kitch sin que el mundo explote, uno también se pregunta acerca de cómo sería el Gran Cañón del Colorado. O si se debía sentir algo especial al recorrer la mítica y legendaria Ruta 66.
Por ello, decidimos alquilar un coche desde el aeropuerto McCarran para comprobarlo. Queríamos visitar esa enorme brecha geológica de la que todo el mundo hablaba y el cine había inmortalizado en cientos de ocasiones, tan gigantesca que en una de sus secciones podría albergar a toda la humanidad (eso sí, muy juntita, en plan concierto multitudinario y melé de Rugby). Y también sentirnos como caballeros de la carretera y recuperar energía en un diner donde una chica con uniforme colorido te sirve una hamburguesa, un batido o un banana split.
Pero todo eso os lo contaré en otra ocasión, porque hoy querría centrarme en el simple hecho de alquilar un coche en Las Vegas, o Estados Unidos en general, y también en el hecho de conducirlo en sus primeros kilómetros.
Digámoslo desde ya: alquilar un coche en Estados Unidos es una odisea, un galimatías, un rompecabezas, un desafío a la inteligencia maquiavélica. Vicios ocultos, cláusulas, impuestos estatales que no afloran hasta que te dispones a pagar y, sobre todo, tal cantidad de modalidades de seguros que una decisión pormenorizada de un consumidor medio supondría, sospecho, meses de estudio intensivo, como si te preparas para los finales de esa asignatura que arrastras desde primero de Económicas. O algo así.Claro que también puedes alquilar el coche a ciegas, con actitud epicúrea, quizá la mejor filosofía en estos casos. Explicarlo sería muy largo, pero en resumen, os cuento lo que me pasó a mí: alquilé un SUV, un Ford Scape o similar desde España por un precio, y nos entregaron uno similar (un Chevrolet) por el doble del precio convenido. Al parecer, Nevada tiene una de las tasas más altas de alquiler de coches. Además, queríamos retornar el vehículo en San Francisco, lo cual también encarecía el alquiler. Y eso que nos atendió un afroamericano que parecía solícito y buena persona.
Una vez sales a la carretera con el coche, con el disgusto de haber pagado tanto, probablemente también te plantearás que no fue buena idea pedir también el GPS. Además de carísimo, suelen ser tan difíciles de usar y cometen tantos errores que el viaje se puede llegar a convertir en un grand Prix.
Al empezar a circular, cuidado. En Estados Unidos apenas hay rotondas. Por ello, para muchos estadounidenses, las rotondas son un lugar temible, críptico. A mi memoria acude aquella escena de la familia Griswold en Las vacaciones de una chiflada familia americana, que, después de acceder a una glorieta europea, se hallan con que no pueden abandonarla. Orbitan y orbitan sin parar, atrapados en una nudo gordiano, en un purgatorio circulatorio, hasta que cae la noche.
A falta de rotondas, en Estados Unidos lo arreglan todo con semáforos. Muchos semáforos. Semáforos por doquier. Ah, y señales de Stop. En un cruce, por ejemplo, puedes encontrarte con cuatro vías, cada una con su correspondiente Stop. Y si se da la circunstancia de que llegan coches a las cuatro vías (algo nada infrecuente), ¿quién pasa primero? ¿Lo adivináis? Pues como en el Far West: quien desenfunda en primer lugar. Es decir, quien haya llegado antes a su Stop, tiene preferencia. Y si más de uno llega a la vez, entonces tiene preferencia el que tenga más valor y determinación.
Otra cosa: si el semáforo está en rojo, está permitido girar a la derecha (si no se prohíbe expresamente). Así que no os asustéis si veis el semáforo en rojo pero los coches que quedan detrás vuestro empiezan a tocar un claxon apremiante.
Las señales y los límites de velocidad se infringen con mucha alegría porque apenas hay radares fijos. Eso sí, si os pilla un radar móvil (esto es, un poli con gafas de espejo apostado en un recodo de la carretera o tras unos arbustos), se os caerá el pelo.
Eso sí, circular por largas carreteras norteamericanas es una gozada si el coche está equipado con Cruise Control: indicas a la velocidad a la que quieres circular, y solo debes preocuparte del volante, pues el coche acelerará y frenará solo para fijar esa velocidad en función de los accidentes del terreno. Los viajes largos se hacen muchísimo más sosegados. Hasta el punto de que puedes quedarte dormido. Además, con una ruedecita del volante puedes ir incrementando o reduciendo la velocidad del coche en función de la velocidad máxima permitida de la vía.
Pero bueno, que la odisea del alquiler no os la quita nadie. A no ser que seais personas muy afortunadas.
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