Instantáneas de California: esos modernillos que beben en botes de conservas y una tienda de piratas que solo vende cosas de mentira

Instantáneas de California: esos modernillos que beben en botes de conservas y una tienda de piratas que solo vende cosas de mentira
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En mi tercer día en San Francisco de este monográfico sobre California, tuve la oportunidad de descubrir el barrio hipster por excelencia de la ciudad.

En el barrio de Mision o distrito de la Mision, concretamente un tramo de Valencia Street, todo es hipster. Tal vez un concepto un poco desconocido aún por España pero que podría traducirse como modernillo o gafapasta. De hecho, podríamos considerar a un hipster como una hibridación de un gafapasta, un modernillo y un pijo. O la digievolución de todos ellos. Lo del condenado moustache que ahora parece una epidemia lo inventaron ellos, sí.

Si los beats se habían movido por el barrio de North Beach y los hippies habían descubierto las casas victorianas con encanto en Haight-Ahsbury, los hipsters se han concentrado principalmente en Mision. Un barrio plagado de jazz, restaurantes sofisticados hasta la médula, librerías con encanto, cafeterías concebidas específicamente para escritores o poetas empedernidos y tiendas donde encontrar cosas que difícilmente hallarás en otros sitios. Exclusivas de la muerte.

Para acabar de asimilar completamente lo hipster, os recomiendo el capítulo de la serie de televisión Happy Endings, donde se ridiculiza al colectivo con mucha mala baba. Y no me extraña, porque razones para ridiculizarlos haylas, como las meigas. Como lo de que beben en botes de conservas, con todo lo que eso conlleva. Ahora mismo estaréis escépticamente las cejas, pero es lo que oís.

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En muchos restaurantes de la zona no te sirven la bebida en un vaso sino en un bote de conservas reutilizado. A decir verdad, en las tiendas de la zona ya venden botes de conservas específicamente para este fin. Para que los hagas pasar como botes de conservas reutilizados. Retorcido, ¿verdad? Por si no fuera suficiente, beber en un bote es tremendamente incómodo porque el relieve del reborde, en el que supuestamente encajas la tapa, te imposibilita posar adecuadamente los labios. De modo que, si no andáis con cuidado, puede que os caiga el agua de la boca y se os manche la pechera. Como si acabarais de salir de una sesión de lobotomía.

Pero hay cosas que valen la pena entre tanta impostura: mi favorita, las cafeterías con mesas ligeramente protegidas de miradas indiscretas en las que dispones de tu propio enchufe. Allí conectas tu portátil y puedes dar rienda suelta a tu inspiración literaria con un espreso humeante a tu lado. Sin preguntas. Sin suspicacias. Aunque es apropiado que te calces unas gafas de pasta bien gordotas.

En esta zona modernilla también encontraréis peluquerías para conseguir el look de Lady Gaga, bolsos confeccionados a mano con materiales reciclados, muebles hechos de cartón para conferirle un aire trendy a tu casa, una panadería artesanal para comprar pan de pasas y ajonjolí e infinidad de restaurantes donde disfrutar de un brunch bebiendo agua filtrada en mason jars (que así se llaman los dichosos botes para beber que ahora están de moda).

Mi tienda favorita, sin embargo, no tiene nombre. Es una tienda para piratas. Para piratas de verdad. Pero todo lo que puede comprarse aquí es mentira, porque los piratas ya no existen. Al menos los de alta mar. La tenéis en 826 Valencia Street. Allí adquirí un frasco de píldoras para combatir una enfermedad endémica de los marineros de la época: el escorbuto. Pero podéis encontrar muchas más cosas: aceites para lubricar la pata de palo, menjunjes para aliviar la fiebre de las aguas negras, sanguijuelas envasadas para tratar la gangrena de las heridas mal curadas, perfume de sal de mar. Y también parches para el ojo, sombreros, mapas del tesoro, etc. Además, la tienda entera parece el interior de un barco pirata.

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En realidad, la tienda es un centro de apoyo a la educación de jóvenes pobres de la zona, una iniciativa impulsada por el escritor estadounidense Dave Eggers. Gracias a la ayuda desinteresada de sus más de 250 profesores voluntarios, el centro ofrece también respaldo a los niños con sus deberes escolares, envía grupos de voluntarios a las escuelas de la ciudad que soliciten su apoyo para desarrollar en clase trabajos específicos o, en un sentido inverso, acoge a grupos de niños y adolescentes para llevar a cabo proyectos conjuntos, como una revista, novelas, antologías de cuentos, etc.

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Debido al éxito de esta iniciativa, Eggers y otros han abierto sucursales ideológicas y conceptuales, como una de tienda de superhéroes que podéis visitar en Brooklyn (frascos de antimateria, capas de invisibilidad...). En Boston hay una tienda para aficionados a la búsqueda del Big Foot. En el local de Seattle podéis adquirir equipo para viajar al espacio. En Chicago encontraréis las mejores tecnologías para ser un buen espía. La tienda de Michigan hace la vida de los robots un poco más confortable. Y en Los Ángeles uno puede adquirir productos traídos de viajes en el tiempo (carne de mamut, pistolas de rayos láser, imanes para borrado de memoria de robots malvados, cascos de centurión, pastillas contra el malestar producido por los viajes temporales...).

Otro lugar que es recomiendo es una juguetería para niños inteligentes y hipsters: Paxton Gate. Llama especialmente la atención la selección de juegos científicos. También hay juguetes pretenciosos, como una talla de Tintín por tropecientos dólares. Pero el lugar es de todo punto recomendable: os garantizo que encontraréis cosas únicas.

En Diario del Viajero | Instantáneas de California Fotos | Sergio Parra

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