Dejo atrás el inmenso y bello Canadá y entro en Estados Unidos por Montana, el estado de los vaqueros que fuman Marlboro, el de las películas y las postales. Atravesado por la cordillera de las Rocosas, el viaje resulta espectacular y divertido. Típicamente americano con sus pueblos de cowboys suspendidos en el tiempo, las vacas gigantes y los altos silos de grano. ¿Y qué encuentro al llegar? Pues una taberna llamada Madrid donde sirven tapas, tortilla de patatas y vino tinto. Harto de hamburguesas, es casi un milagro recuperar estos viejos sabores tan familiares. Cuando me preguntan qué es lo que más echo de menos cuando viajo, la respuesta es siempre la misma: el aceite de oliva, lo que considero la verdadera esencia de la cultura mediterránea. Pues aquí tienen. Y lo disfruto como náufrago recién rescatado.
Yellowstone, fundado por el presidente Ulysses S. Grant en 1872, es considerado el parque nacional más antiguo del mundo. Inmenso espacio natural de casi 9000 kilómetros cuadrados situado en una meseta a más de mil metros de altitud. Se extiende por Montana, Idaho y Wyoming. Abundan los osos, alces, lobos y bisontes. Rodeado por las estribaciones de las Rocosas, cuyos picos se alzan hasta los 4000 metros, aquí se encuentra el volcán activo más grande del continente, el lugar por donde, según palabras de Fernando Quemada, “petará el mundo”. El lago huele a azufre, los fenómenos geotérmicos se suceden y los bosques de árboles muertos ofrecen una atmósfera de irrealidad.
Abandono Yellowstone en dirección a Dakota del Sur. Atrás quedan las montañas y poco a poco nos vamos introduciendo en un terreno llano, plano y aburrido. Kilómetros y kilómetros de llanuras ocres debido al verano. El cereal amarillento se siega y el verdor no regresará hasta dentro de unos meses, con la lluvia y la explosión de la cosecha. Paulatinamente aumentan las motocicletas. Pero ya no son motos trail como las que veía en Alaska y Canadá. Son Harley Davidson, la heredera directa del caballo del vaquero trashumante que representaban Glen Ford y Henry Fonda en aquella deliciosa película Los Desbravadores. Éste es su reino. Soy yo el que está un poco fuera de lugar con mi BMW.
Sturgis, city of riders. La ciudad de los motoristas. La población vive por y para el motociclismo macarra de los yanquis. Celebra desde 1938 una concentración cuyo origen se encuentra en una subida de colina campo a través. Actualmente es la más popular y célebre de los Estados Unidos. Es la feria de las vanidades cromadas y también de la obesidad. La comida es la religión de esta gente. Las raciones son pantagruélicas. Tal vez tuvieran sentido en los tiempos de los pioneros, cuando todo era esfuerzo físico y desgaste, pero ahora que la vida es sedentaria y fácil, resulta lastimoso ver tanta grasa desparramada sobre motos tan musculosas.
Circular por las calles del pueblo es estupefaciente. Miles y miles de motocicletas customs. Cuero, tatuajes, banderas, orgullo nacional… y sobre todo, merchandising. América es un gran mercado, la fábrica perfecta de producir y consumir dólares. Aquí es donde más visible resulta el aserto de que el dinero no se crea ni se destruye, simplemente se transforma.
Y yo decido transformar un puñado de billetes en forma de un tatuaje con mi logo del Millón de Piedras World Tour. Lo hago para que no se me olvide nunca que he dado la vuelta al mundo en moto y que esa es una de las pocas cosas de que las que se puede estar orgulloso en la vida.
Fotos:Miquel Silvestre
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